Los atenienses comprendían perfectamente que el establecimiento de la democracia en una ciudad tan populosa como la suya era una gran novedad. Se sentían orgullosos de su Constitución. De los tres regímenes que conocían los griegos, uno sólo parecía convenir a la dignidad humana: el que oponía el principio de la igualdad al principio oligárquico y sostenía contra la tiranía el derecho de la libertad. Libertad e igualdad eran propiamente la divisa de los atenienses y agregaron la fraternidad con el nombre de filantropía. Comparaban con orgullo su ciudad con todas las otras, especialmente con ESPARTA, que todos sus adversarios admiraban. No hay duda de que los hombres de Estado y los poetas atenienses exageraban sus alabanzas cuando hablaban de su Constitución, pero ese mismo lirismo tiene un valor histórico: tales efusiones nos hacen conocer el alma de un pueblo y hay entusiasmos que revelan un IDEAL.
TUCIDIDES, mejor que nadie, explica con una elocuencia magnífica el IDEAL de ATENAS. El historiador no habla en su nombre porque no sería sincero, pues no siente ningún cariño por la política de su país. TUCIDIDES atribuye un admirable comentario, del que cada palabra es como una medalla de oro puro con la efigie de ATENEA POLIADA, al amigo de ANAXÁGORAS, al espíritu animador de la democracia ateniense, al “OLÍMPICO” que durante treinta años dominó, con toda su altura, las diarias pequeñeces del ágora: a PERICLES.
A mitades del siglo V asumió el poder PERICLES y consolidó la hegemonía comercial ateniense, a la vez que resultaba la nueva ARETÉ “DEMOCRÁTICA” e iniciaba un importante proyecto de reconstrucción y embellecimiento de ATENAS, que pretendía hacer de ella, como diría TUCÍDIDES, la “escuela de la Hélade”, difundiendo la PAIDEIA HELÉNICA:
“(…) Nosotros, pues, en lo que toca a nuestra polis, gobernamos libremente, y asimismo en los tratos y negocios que tenemos diariamente con nuestros vecinos cercanos y comarcanos, sin causarnos ira o engaño que alguno se alegre de la fuerza o demasía que nos haya hecho, pues cuando ellos gozan y alegran, nosotros guardamos una severidad honesta y disimulamos nuestro pesar y tristeza. Comunicamos sin pesadumbre unos a otros nuestros bienes particulares, y en lo que toca a la polis y el bien común no infringimos cosa alguna, no tanto por temor al juez cuanto por obedecer las leyes, sobre todo las hechas a favor de los que son injuriados, y aunque no lo sean causan afrenta al que las infringe. Para mitigar los trabajos tenemos muchos recreos, los juegos y contiendas públicas, que llaman sacras; los sacrificios y aniversarios, que se hacen con aparatos honestos y placenteros, para que con el deleite se quite o disminuya el pesar y la tristeza de las gentes. Por la grandeza y nobleza de nuestra ciudad, traen a ella todas las otras tierras y regiones mercaderías y cosas de todas clases, de manera que no nos servimos ni aprovechamos menos de los bienes que nacen en otras tierras que de los que nacen en la nuestra.
En los ejercicios de la guerra somos muy diferentes de nuestros enemigos que nuestra ciudad sea común a todas las gentes y naciones sin vedar ni prohibir a persona natural o extranjera ver ni aprender lo que bien les pareciere no escondiendo nuestras cosas aunque pueda aprovechar a los enemigos verlas y aprenderlas, pues confiamos tanto en los aparatos de la guerra y en los ardides y cautelas cuanto en nuestro ánimo y esfuerzo, los cuales podemos siempre mostrar muy conformes a la obra. Y aunque otros muchos en su mocedad se ejercitan para cobrar fuerza, hasta que llegan a ser hombres, no por eso somos menos osados o determinados que ellos para afrontar los peligros cuando la necesidad lo exige. De esto es buena prueba que los lacedemonios jamás se atrevieron a entrar a nuestra tierra en son de guerra sin venir acompañados de todos sus aliados y confederados, mientras nosotros, sin ayuda ajena, hemos entrado en la tierra de nuestros vecinos y comarcanos y muchas veces sin gran dificultad hemos vencido a aquéllos, que se defendían peleando muy bien en sus casas.
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En las obras de virtud somos muy diferentes de los otros, porque procuramos ganar amigos haciéndoles beneficios y buenas obras ante que recibiéndolas de ellos, pues el que hace bien a otro, está en mejor condición que el que lo recibe para conservar su amistad y benevolencia, mientras el favorecido sabe muy bien que con hacer otro tanto paga lo que debe. También nosotros solos usamos de magnificencia y liberalidad con nuestros amigos, con razón y discreción, es decir, por aprovechar sus servicios y no por vana ostentación y vanagloria de cobrar fama de liberales.
En suma, NUESTRA POLIS ES TOTALMENTE UNA ESCUELA DE DOCTRINA, UNA REGLA PARA TODA LA HÉLADE, Y UN CUERPO BASTANTE Y SUFICIENTE PARA ADMINISTRAR Y DIRIGIR BIEN A MUCHAS GENTES EN CUALQUIER GÉNERO DE COSAS. QUE TODO ESTO SE DEMUESTRA POR LA VERDAD DE LAS OBRAS ANTES QUE CON ATILDADAS FRASES, BIEN SE VE Y CONOCE POR LA GRANDEZA DE ESTA CIUDAD, QUE POR MEDIOS LA HEMOS PUESTO Y ESTABLECIDO EN EL ESTADO QUE AHORA VÉIS, TENIENDO ELLA SOLA MÁS FAMA EN EL MUNDO QUE TODAS LAS DEMÁS JUNTAS. SÓLO ELLA NO DA MOTIVO DE QUEJA A LOS ENEMIGOS AUNQUE RECIBE MERECEDORA DE MANDARLOS. Y NO SE DIGA QUE NUESTRO PODER NO SE CONOCE POR SEÑALES E INDICIOS, PORQUE HAY TANTOS QUE LOS QUE AHORA VIVEN Y LOS QUE VNDRÁN DESPUÉS NOS TENDRÁN EN GRANDE ADMIRACIÓN”.
*TUCÍDIDES, Historia de la guerra del Peloponeso, II, 7.
Como ya idealizara poéticamente PAUL de SAINT-VICTOR en el siglo XIX: “ATENAS RENACE bajo este principio tutelar (PERICLES en el “siglo de oro”) y sale de las ruinas en medio de un triunfo de obras maestras. La ACRÓPOLIS se corona con maravillas labradas por la mano del hombre; el PARTENÓN y los PROPILEOS, el templo de la VICTORIA APTERA y el ERECTIÓN, surgen al mismo tiempo. Por primera y por última vez la BELLEZA absoluta se muestra a los hombres. La ciudad transfórmase en taller inmenso, donde tribus de artistas funden bronces, tallan mármoles y marfil, cincelan oro y piedras preciosas. Y entre aquéllas adopta la forma de un grupo monumental rematado desde lo alto de su peñasco, por la imagen de PALAS POLÍADES, imagen que domina el golfo y a la cual, a dos leguas de distancia, desde el mar, saludan los marineros que divisan el penacho deslumbrante de la DIOSA. Hay tantas estatuas que llenan las calles e inundan los templos. En cada una de ellas revive un patrono nacional, un héroe propicio o un juvenil atleta que en el palenque, en el vigor de la lucha, en la agilidad de la carrera, reveló la BELLEZA de los DIOSES. El pueblo viviente se agita en torno de un pueblo esculpido a su imagen. FIDIAS es el alma de ese renacimiento; él libera a los Olímpicos de las ligaduras hieráticas que comprimen su grandeza y hace de sus efigies los tipos sublimes de las fuerzas y de las inteligencias eternas. Cuando hubo terminado la estatua de ZEUS LÍMPICO, preguntó al dios si quedaba contento de la obra y se afirmaba que ZEUS lo aclamó fulminando un rayo junto al pedestal. POLIGNOTO cubre el Pocilo de frescos épicos; la antigua pintura monocroma se anima, merced a él, con las coloraciones de la carne; los vetustos héroes, teñidos de rojo, rompen la ruda silueta que los aprisionaba y se ejercitan en los movimientos grandiosos. El arte liberado se lanza por todos los caminos, ampliamente abiertos otra vez, desde los convencionalismos del santuario hasta el ideal de la vida. Este museo sublime es también ESCUELA DEL ESPÍRITU. Frente a frente del PARTENÓN, ATENAS construye su literatura inmortal, base de toda cultura humana, tipo de toda ciencia y de toda belleza. HERODOTO lee, en los Juegos Olímpicos, los nueve libros de su Historia, con los nombres de las nueve musas. HIPÓCRATES hace descender la medicina de los arcanos del templo a la luz de observación y de la naturaleza. ANAXÁGORAS concibe un “Espíritu” único que, así en el átomo como en la estrella, inspira el orden del Universo. SÓCRATES vaga ya por las encrucijadas lanzando sobre los transeúntes su red de interrogaciones sutiles; es el alboreo del alma. Las abejas de HIMETO vuelan con rumbo a la casa de PLATÓN”. (SAINT-VICTOR, PAUL DE. Las dos carátulas, Bs. As. El Ateneo, 17
1966, pp. 353-4).
*El Siglo de Oro de ATENAS (siglo V a. C.) o “Siglo de PERICLES” alcanzó su máximo apogeo con la construcción de los soberbios templos de la ACRÓPOLIS: el PARTENÓN y el ERECTEÓN, obras de los arquitectos ICTINO y del escultor FIDIAS. Contemporáneamente los helenos crearon los géneros teatrales de la Tragedia – verdadero catarsis colectiva y escuela de aprendizaje – y la Comedia. La primera tuvo sus representantes más significativos en ESQUILO (autor de obras imperecederas como Los Persas o Las Suplicantes), SÓFOCLES (autor de Edipo, Antígona, Electra) y EURÍPIDES (AUTOR de Medea, Fedra, Las Bacantes, Las Troyanas). En la Comedia, las sátiras de ARISTÓFANES deslizaron una ácida crítica respecto al modelo social ateniense.
Al pronunciar la ORACIÓN FÚNEBRE (EL EPITAFIO) a los guerreros muertos por la patria, el orador declara que, sin detenerse en el elogio de todos aquellos que en lo pasado o en el presente han constituido la grandeza de ATENAS, examinará las instituciones y las costumbres que son causa esencial de su poder y de su prosperidad. (TUC., II, 36-41).
“La Constitución que nos rige no tiene nada que enviar a los otros pueblos, les sirve de modelo y no los imita. Su nombre es democracia, porque no tiende al interés de una minoría, sino al de la mayoría”. Su primer principio es la igualdad. En la vida privada, la ley no hace diferencias entre los ciudadanos. En la vida pública, la consideración no se debe ni al nacimiento ni a la riqueza, sólo al mérito, y no son distinciones sociales las que abren el camino de las dignidades, sino la competencia y el talento. Una igualdad así comprendida, dejando el campo abierto al mérito personal, no menoscaba la libertad. Cada uno es libre de sus actos, sin tener que temer la curiosidad sospechosa ni miradas desaprobadoras. La libertad de los individuos tiene como límite los derechos del Estado, las obligaciones de la disciplina cívica. El orden público exige sumisión a las autoridades establecidas, la obediencia de las leyes, sobre todo de las leyes de fraternidad que aseguran la protección de los débiles, y de las leyes no escritas que emanan de la conciencia universal.
Esta constitución proporciona a todos innumerables beneficios. La vida en ATENAS es más atractiva que en cualquier otra parte: las fiestas periódicas distraen el espíritu, y el comercio marítimo trae los productos de todo el mundo. Esto no impide el aprendizaje de la guerra; pero todo se hace a la luz del día, sin misterio y sin apremio. Ninguna ley cierra al extranjero el acceso a la ciudad; nada de laboriosos que hagan de la valentía una virtud de educación. A los atenienses les basta la valentía natural para estar, en las horas de prueba, a la altura de enemigos cuya vida es un trabajo sin fin. Hay otros títulos de gloria. Aman lo bello con sencillez, cultivan las ciencias sin perder su energía. Para ellos la riqueza no es objeto de vanagloria, sino instrumento de trabajo; y la pobreza es una vergüenza, si no hace nada para salir de ella. ¿Hombres así no serían capaces de cuidar a la vez sus intereses y los de la ciudad? En ATENAS, los trabajadores saben de política, y cualquiera que se mantenga aislado de los asuntos públicos es considerado como un ser inútil. Reunidos en cuerpo, los ciudadanos saben juzgar sanamente lo que se debe hacer, porque no creen que la palabra dañe la acción y, por el contrario, quieren que la luz salga de la discusión. ATENAS es audaz por medio de la reflexión, mientras que en otras partes la osadía es efecto de la ignorancia y el razonamiento, una causa de irresolución. Su generosidad es otro rasgo que la diferencia de las otras naciones. Sin cálculos ni segunda intención, es servicial y con su persistencia en hacer el bien provoca el agradecimiento. “EL RESUMEN, CONCLUYE PERICLES, ATENAS ES LA ESCUELA DE GRECIA”. (tes Ellados paideusin).
Aunque estos conceptos sean demasiado bellos y sistemáticos en escaso para dar una imagen exacta de la realidad, la halagan sin deformarla. Lo que más en estos capítulos de la Historia de la guerra del Peloponeso de TUCÍDIDES, no son las estereotipadas consideraciones sobre la igualdad democrática que recuerdan los lugares comunes acerca de la ISANOMÍA, que escribieron HERODOTO y EURÍPIDES (Her. III, 80; Euríp., Supl., 404 ss., 429 ss.). Lo que merece atención son las reflexiones sobre las relaciones entre el Estado y el individuo, la persona. Hay allí máximas que se dijera haber inspirado la Declaración de los Derechos de Hombre. La libertad política no es otra que la consecuencia de la libertad que gozan todos los ciudadanos en su vida privada. ¿Dónde está, pues, esa opresión, que, según un perjuicio muy difundido, les imponía la omnipotencia de la ciudad? Acostumbrados a vivir a su gusto, los ciudadanos intervienen plenamente, si así lo desean, en la deliberación que aclara las resoluciones comunes. Así lo comprendía EURÍPIDES, cuando hizo decir a TESEO, el héroe de la democracia: “La LIBERTAD cabe en estas dos palabras: “QUIÉN DESEE DAR UN BUEN CONSEJO A LA CIUDAD, QUE AVANCE Y HABLE” (Euríp. Loc. Cit., 438). A su gusto, cada uno puede hacerse destacado por medio de un consejo, o callarse. ¿Existe para los ciudadanos una igualdad más hermosa?” En resumen, la democracia ateniense del siglo V tiende, por todos sus principios, a mantener un justo equilibrio entre el poder legal de Estado y el derecho natural del individuo.
En la tragedia de EURÍPIDES, el extranjero a quien contesta TESEO condena a “LOS ORADORES QUE EXALTAN A LA MULTITUD Y LA ARRASTRAN EN CUALQUIER DIRECCIÓN EN SU PROPIO INTERÉS, LLENOS DE ENCANTO HOY Y DELEITÁNDOLA, DAÑINOS, MAÑANA, Y LUEGO DISIMULANDO SUS ERRORES CON CALUMNIAS PARA ESQUIVAR EL CASTIGO”. AUN SIN DEMAGOGIA, LA DEMOCRACIA LE PARECE INJUSTIFICABLE, PUES “SI EL PUEBLO ES INCAPAZ DE UN RAZONAMIENTO JUSTO, ¿CÓMO PODRÍA CONDUCIR LA CIUDAD POR EL CAMINO RECTO?” (Euríp., loc. Cit., 438 ss).
EN CUANTO A TUCÍDIDES, da como compañero al retrato de PERICLES el de CLEÓN y hace decir a ALCIBÍADES: “LOS HOMBRES RAZONABLES SABEN LO QUE VALE LA DEMOCRACIA…; NADA NUEVO HAY QUE DECIR ACERCA DE SU MANIFIESTA EXTRAVAGANCIA” (Euríp, loq. Cit., 412).
Sin embargo, los golpes más rudos que recibió la democracia ateniense no proveían de los historiadores y los poetas decididos a ver el pro y el contra, sino de un político, un adversario declarado, el autor anónimo de una República de los Atenienses, durante mucho tiempo clasificada entre las obras de JENOFONTE. ¡Es una locura creer que la democracia puede mejorar! La democracia es detestable, porque sigue su naturaleza y permanece conforme a su principio, porque no puede ser de otra manera. La igualdad democrática, la preponderancia del número, tiene como consecuencia inevitable la impotencia de los buenos y el predominio de los malos. Ninguna reforma puede impedir que la multitud sea ignorante, indisciplinada, deshonesta, “porque la pobreza lleva a los hombres a los actos bajos por la falta de educación y de instrucción que acarrea la carencia de dinero” (Ps. Jen., Rep. De los At., I, 5.
El gobierno democrático hace que prevalezcan los peores elementos de la ciudad: ÉSTE ES EL HECHO PRIMORDIAL y NECESARIO.
Fundamentos: GUSTAVE GLOTZ, LA CIUDAD GRIEGA, traducción José Almoina, UTEHA, México, 1957, 358 pp.
*DESDE EL BUNKER, SOPLA EL PAMPERO, ¡POR LA PATRIA ARGENTINA! * gabrielsppautasso@yahoo.com.ar