Por MANUEL RÍO - Córdoba 1932
El Evangelio del Reino para el género humano considerado socialmente, consiste en su realización óptima y perfecta por su transfiguración en la Iglesia de Dios.
Creado el hombre en la unidad natural y de justicia original, disperso por el pecado que lo privó de la unidad, caído en la confusión, que es muerte; ha sido rescatado de la disolución y constituido en la unidad y el orden, no sólo de modo natural, sino sobrenatural y deífico. Ello ha sido por nuestro
Salvador Jesús, por Quien toda dádiva óptima en el orden de la naturaleza y todo don perfecto en el orden de la gracia, descienden del Padre de las Lumbreras.
No sólo los hombres singularmente reciben, pues, la vocación del Señor: los pueblos como tales, la reciben también creaturas de Dios deben ser factores del Verbo, realizadores de la Idea de su creación. La identificación perfecta con la Palabra, la transfiguración para lograrla por la gracia de Dios: he ahí su único destino. Cumplido, lograrían su propia realidad indeficiente y perfecta. Pero también les es dado el poder terrible de no realizar la voluntad divina, de elegir No la vivificación, sino el anonadamiento de su propio ser. La posibilidad del Reino de Dios les es puesta en sus manos para que hagan de ella lo que parezca bueno y recto ante sus ojos. Mas antológicamente les está impuesta esta dialéctica fatal: si se sirven a sí mismos diciendo en su corazón: “Tú no eres”, están destinados a su propio aniquilamiento; si sirven a Dios y renuncian a sí mismos por Él, a su acabada perfección.
Alzadas las naciones modernas en conspiración de malicia, en el comienzo de su prevaricación se han negado, ellas y en ellas el hombre como ser social, a cooperar, con su civilización humana, con su poder temporal, con su organización civil y económica, a la realización del Reino. Separadas del Principio, por pasos sucesivos, consecuencias necesarias unos de otros, han caído a la afirmación soberbia de sí mismos, en el liberalismo: a su sujeción a la criatura inferior, en el materialismo.
En el acto humano el entendimiento es principio de especificación y la voluntad, de eficiencia. En la civilización humana, se ha hecho de la voluntad en su modo humano, el libre albedrío, el principio de especificación, la causa formal de la cual deriva la calidad del acto: es bueno, se piensa, todo aquello que provenga de su libertad de elección, y simplemente porque de ella proviene. En ello, el hombre moderno se afirma a sí mismo frente a Dios y negándolo; porque sólo es bueno lo que de Dios proviene, es decir, su ley divina y sus derivaciones que se expresan por el entendimiento. ¡El liberalismo es la doctrina de la soberbia misma! La Ciudad del hombre, frente a la de Dios, intenta ser construida según el hombre (San Agustín). Pero al desechar la inteligencia, principio de orden y de unión, y otorgar la primacía a la voluntad, ciega de por sí e incomunicable, la multitud ha perdido la razón de sociedad, ha caído en el individualismo. De ahí las tendencias a la disolución de la familia, a la anarquía; al desorden, en el feminismo, de los grados de la creatura en el hombre.
Pero la afirmación soberbia de su propio ser, el hombre ha sido conducido, por una lógica implacable, a su servidumbre a los seres inferiores. Hoy es llevado por la pretensión de re-crear la unidad sobre la materia, en el comunismo. Falsa unión, cuya razón formal no es lo excelso y lo altísimo, sino lo informal. Su príncipe no es CRISTO sino el príncipe del mundo. Mas ya en otro tiempo “descendió el Señor para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de ADAM, y dijo: “He aquí, el pueblo es uno sólo, y el lenguaje de todos uno mismo, y han comenzado a hacer esto, y no desistirán de lo que han pensado hasta que lo hayan puesto en obra. Venid, pues, descendamos y confundamos allí su lengua, de manera que ninguno entienda el lenguaje del otro. Y de esta suerte los esparció el Seño desde aquel lugar por todas las tierras, y cesaron de edificar la ciudad”.
A punto de consumarse en la realidad social la preparación ya cometida en los espíritus, la instauración de la festividad de CRISTO REY está destinada, según las naciones elijan, a promover su conversión al Señor, su Dios, o a hacer inexcusable su persistencia en el pecado. Pero el Reinado de Cristo no puede ser sólo celebrado de modo aparente, sino debe serlo por su realización en espíritu y en verdad. El pueblo que hoy lo solemniza pero que no reniega de una manera efectiva de su apostasía como pueblo y se arrepiente de ella; que no tiene el propósito de convertirse de su laicismo, poniendo la sociedad como tal al servicio de Cristo y de su Iglesia; que no desecha su liberalismo democrático y pretende continuar haciendo residir la autoridad en la suma del número y de las fuerzas materiales (Prop. 60, Syllabus del Beato PÍO IX), y no en lo que es objetivamente justo; que no posee la voluntad de convertirse de su capitalismo y de su paganismo, en fin, no celebra ciertamente el reinado de CRISTO ni crucificado con ÉL entrará en el Paraíso. Enemigo de la Cruz de CRISTO, ese pueblo adora con la boca, mas con el corazón está lejos de ÉL.
Y en nuestros días, (1930), el hombre ha sido incitado a la colaboración en la obra del Reino, no ya por el Señor Omnipotente cuya voz corta llama de fuego, ni siquiera por el maestro bueno que habla como quien tiene autoridad, sino por el Vicario de Cristo (PÍO XI), impulsando por su Caridad, que muestra el corazón divino traspasado por causa del amor.
MANUEL RÍO Córdoba
En la fiesta de Cristo Rey, 1932.
Los datos esenciales: MANUEL RÍO (1906), precozmente, cuando cursaba el segundo año del Monserrat, participó en la fundación del Centro Católico de Estudiantes Secundarios, junto con algunos otros como el futuro fray MARIO A. PINTO; frecuentó a Mons. Inocencio Dávila y los PP. Alfonso Buteler y Audino Rodríguez y Olmos. Más tarde, al cursar Derecho en la Universidad, se vinculo a Martínez Villada quien lo guió hacia Santo Tomás y Aristóteles. RÍO recuerda también con afecto a sus profesores Sofanor Novillo Corvalán, Enoch Aguiar, Enrique Martínez Paz. Al vincularse, hacia 1930, con el grupo del Instituto Santo Tomás de Aquino, entabló estrecha amistad con Rodolfo Martínez Espinosa, Nimio de Anquín, Francisco J. Vocos.
Además de Santo Tomas y Aristóteles, MANUEL RÍO recuerda, entre otros autores que influyeron profundamente en él, a San Agustín, algunos Padres (especialmente los Capadocios) y entre los contemporáneos, a Jacques Maritain, de decisiva influencia. Vocación y progreso de la especulación filosófica. Recensión de “El Evangelio acerca de la sociedad”.
Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero nº 95 Cordubensis
Instituto Emerita Urbanus, Córdoba,
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