América fue una de sus grandes preocupaciones políticas; su concepto de unidad continental se funda en el modelo clásico de una anfictionía de naciones soberanas, rescatando la herencia espiritual, cultural y política de la América Hispánica y de la Primera Guerra de la Independencia.
Testimonio de ello es este discurso pronunciado el 25 DE ABRIL DE 1945, DÍA DE LAS AMÉRICAS, ante el Instituto Económico Interamericano.
“Llego a esta tribuna embargado por dos encontrados sentimientos, el de pesar por la desaparición del gran estadista norteamericano, recién fallecido, y el de satisfacción emocionada por verme acompañado de los representes diplomáticos y consulares de los países de América y altas autoridades y figuras representativas de destacados de la vida múltiple de mi patria, como si se quisiera simbolizar la feliz y enternecida fusión de la hermandad americana, que ya no deberá verse aminorada jamás.
Norte, Centro y Sur del continente americano, vertebrados por la gigantesca mole andina, con la varia expresión de sus diversos pueblos, con la fuerza ancestral de sus profundas raíces autóctonas – templadas por el fuego civilizador de españoles, portugueses y anglosajones, bruñidas por las gestas emancipadoras de WASHINGTON, BOLIVAR y SAN MARTÍN afirmadas por su rotunda voluntad de naciones libres -, pueden proclamar hoy en todas direcciones, porque ya ha florido su rosa de los vientos, que restablecida, la paz, encontrarán en casa corazón americana.
Los problemas esenciales de la Argentina son los mismos problemas esenciales que tienen planteados los demás países americanos. Como denominador común de todos ellos, ofrece destacado relieve el económico social. Conocidos y señalados sus alcances, estamos tratando por todos los medios la forma de darle solución satisfactoria en aquellos aspectos tratando por habérseme confiado su dirección al crearse el Consejo Nacional de Posguerra, a fines de agosto de año último.
Antes de crearse la Secretaría de Trabajo y Previsión, desde el mismo momento que me hice cargo del extinguido Departamento Nacional del Trabajo, expuse mi convicción, profundamente arraigada, de que debía desaparecer el encono y la violencia entre patrones y trabajadores. Para lograrlo no prescribía otro remedio que la implantación de la justicia social; que el Estado intensificara el cumplimiento de su deber social. A la que hoy llevamos recorrida, ratifico una vez más mi convencimiento de que para llegar una perfecta inteligencia entre patrones y obreros, y establecer, a la vez, un verdadero equilibrio en su vida de relación, se requiere que la base de sustentación sea una inquebrantable justicia social.
No es difícil encontrar unanimidad de criterio en esta declaración. Rara vez se escuchan detractadotes de ilusión tan bella. Pero las impugnaciones aparecen a medida que se van colocando los ladrillos que sedimentan las sucesivas reivindicaciones. No obstante, la obra de reparación del abandono en que se hallan las masas obreras al hacerme cargo de la conducción de la política social no debe detenerse; posiblemente necesite un ajuste, una temperancia, una correlación con otros múltiples factores de la economía, pero ya no podrá detenerse jamás, si se quiere evitar que la desesperación impida llegar a soluciones dentro del orden y al amparo de la justicia.
En ningún país del mundo, podría permitirse que al empezar a recorrer el camino de la reconstrucción, surgieran obstáculos que pretendieran cerrar el paso al progreso de los pueblos enarbolando banderas de morigeración, cautela y prudencia en la obra de los gobernantes, pero oponiéndose en realidad a las consecuencias que reclama un verdadero espíritu de justicia.
Llevo en este sentido una trayectoria limpia y clara. Siempre he afirmado que al iniciar la era de la política social argentina, no perseguía otra finalidad que la de lograr una verdadera justicia distributiva. Nadie tiene derecho a considerarse defraudo porque mi acción se haya encaminado a reducir las diferencias exorbitantes que separan a los ricos, que lo poseen todo, de los obreros, que poseen nada.
La reciente Declaración de Méjico establece la igualdad jurídica y la colaboración económica como premisas esenciales a la prosperidad común de las naciones americanas. Pero la prosperidad de las naciones no puede ser una teorización abstracta, por lo que añade que los Estados Americanos consideren la justa coordinación de todos los intereses para crear una economía de abundancia, en la cual se aprovechan los recursos naturales y el trabajo humano, con el fin de elevar las condiciones de vida de todos los pueblos del continente.
Si así lo hacemos contribuiremos a implantar el reinado de la justicia.
LA SINARQUIA CULTURAL
“En muchas ocasiones me he referido a la SINARQUÍA como coincidencia básica de grandes potencias que se unen – a despecho de discrepancias ideológicas – en la explotación de los pueblos esclavizados.
Estoy convencido que asimismo existe una sinarquía cultural. Obsérvese que las grandes potencias exhiben sugestivas semejanzas culturales: el mismo materialismo en la visión del hombre; el mismo desencadenamiento de la mentalidad tecnocrática como excluyente patrón de cultura; la creciente opacidad del arte y la filosofía, la distorsión o aniquilación de los valores trascendentes.
Un examen superficial de los dos polos principales del poder mundial sólo alcanza a captar las diferencias ideológicas; ahondando en el análisis, surge – entre otras determinaciones igualmente importantes – la cultura como evidencia cierta de la unidad sinárquica.
Todo argentino que, a través de una actitud libresca y elitista, asimile las pautas culturales de ambas potencias ya sea asumiendo una visión competitiva y tecnocrática del hombre, como una interpretación marxista de los valores y la cultura, trabaja deliberada o inconscientemente para que la Sinarquía cercene irreparablemente nuestra vocación de autonomía espiritual y obstruya interminablemente la formación de una auténtica cultura nacional”.
JUAN D. PERÓN: El Proyecto Nacional, 1ra Parte, En el ámbito cultural, El Cid Editor, página 53-54, Buenos Aires, 1981
Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero nº 106 Cordubensis
Córdoba, 16 de octubre de Penthecostés del Año del Señor.
Fiesta de Santa Margarita María Alacoque, Virgen.
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