Uno de los acuerdos secretos tomados en la Conferencia de Yalta, URSS. Fue la de que, una vez terminada la guerra, todos los súbditos o ciudadanos soviéticos – gobernaba JOSÉ STALIN – que se encontraban fuera de las fronteras de Rusia tenían que se devueltos a su país. En la Alemania ahora vencida y otros países europeos que habían sido ocupados por los alemanes había de dos millones de rusos, que se encontraban allí en calidad de antiguos prisioneros de guerra o trabajadores y obreros, o de prisioneros de guerra de los Aliados por haberse alineado con los alemanes y vestido el uniforme de la Werhmacht . STALIN tenía una opinión muy poco favorable de los prisioneros, que a su juicio debieron hacerse matar antes de permitir que el enemigo los capturase. Y aunque lograron evadirse e incluso actuaran luego en la guerrilla partisana irregular, inspiraban recelo por el mero hecho de haber permanecido como prisioneros de guerra un cierto tiempo. Y lo mismo puede aplicarse a los trabajadores, aunque no hubiesen sido voluntarios.
Por consiguiente, el regreso de aquellas masas de rusos hacia su país de origen ofrecía oscuras perspectivas para los afectados, los cuales no experimentan ninguna alegría por el retorno a la patria soviética. Si aquella era la opinión que se tenía de los prisioneros de guerra y los trabajadores forzados u obligados, cabe imaginar cuál tenía que ser el deseo vindicativo con respecto a los que habían empuñado las armas contra las tropas soviéticas o Aliadas, vistiendo el uniforme alemán. Tal era el caso de las unidades militares del General VLASOV, DE LOS COSACOS Y DE LOS UCRANIANOS. Estos súbditos o ciudadanos se habían alistado, la mayoría de las veces, impulsados por su ideología anticomunista y antibolchevique, creyendo que el Ejército alemán les proporcionaba la oportunidad de acabar con la tiranía soviética. Pero, en muchas ocasiones, el alistamiento había sido la única alternativa de que disponían para intentar sobrevivir ante una amenaza cierta de perecer en el cautiverio.
El cumplimiento del acuerdo de Yalta correspondió principalmente a ingleses y norteamericanos. La devolución de aquellos infelices a la Unión Soviética REVISTIÓ caracteres dramáticos ya que los afectados, conociendo el destino que les aguardaba, preferían suicidarse o dejarse matar sobre el terreno. Pero las autoridades soviéticas habían presionado a los Aliados, condicionando la entrega de los prisioneros anglo-norteamericanos que habían “liberado” en los campos alemanes a la devolución inmediata de los súbditos rusos. Y los Gobiernos occidentales habían cedido al chantaje, aunque para ello tuvieran que violentar su propia conciencia, cumplimiento unas órdenes inflexibles hasta sus últimas consecuencias. Y estas últimas consecuencias era la ejecución inmediata al pisar territorio soviético, o el internamiento por un mínimo de 10 años en un campo de concentración. En aquellos campos conoció a muchos de ellos al escritor ALEXANDER SOLZHENITSYN , el cual se refirió a aquella repatriación forzada calificándola de “EL ÚLTIMO” SECRETO de la Segunda Guerra Mundial.
A aquellos mismos campos habían ido a parar anteriormente grandes masas de prisioneros de guerra alemanes, de los cuales fallecieron unos 800.000. No se sabe cuántos rusos murieron en los campos de concentración soviéticos, pero sí ha podido conocerse de forma bastante la cifra de internados. Según el capitán PALACIOS, de la División Azul española, que recorrió varios campos en calidad de prisionero, el número de internados ascendía a ¡20 millones!. KRAVCHENKO coincide con esta cifra. Según VALENTÍN GONZÁLEZ, el famoso republicano español llamado“CAMPESINO” de la guerra civil española, la cifra era algo superior: ¡23 millones!. Durante su paso por los campos de concentración y las cárceles de Rusia, el Campesino reunir una abundante documentación con el detalle de los emplazamientos de los campos y el número de los internados en cada uno de ellos. Sobre las condiciones de vida de aquellos campos nos limitaremos a citar la opinión de JEAN GRAVENNES, que fue Presidente del Tribunal de Casación en Ginebra: “Son numerosos los rusos que, en las condiciones más inhumanas de clima, de habitación e higiene, de disciplina y de métodos coercitivos, entre el escorbuto, la malaria y el hambre, y en un régimen terrible de trabajo, se agotan y se matan literalmente para alumbrar esa inmensa reserva de riquezas y de potencia que constituye la URSS”.
Las amnistías concedidas después de la muerte de STALIN, en 1953, alcanzaron a 10 millones e internados. Sin embargo, las condiciones de los que siguieron en los campos y cárceles no mejoraron en absoluto, como lo denunció valientemente un ruso joven que conoció muchos años después el régimen penitenciario soviético: ANATOLI MARCHENKO. Leer su libro: “Mi testimonio”, de la Editorial Acervo, ideológicamente revisionista, de Barcelona.
Testimonio 1
“Asombra que, en Occidente, donde es imposible ocultar por mucho tiempo un secreto político, ya que inevitablemente trasciende a la Prensa y se divulga, haya sido celosamente guardado por los Gobiernos británico y norteamericano EL SECRETO DE ESTA TRAICIÓN, probablemente el ÚLTIMO SECRETO de la Segunda Guerra Mundial, o uno de los últimos. Encontré a muchos de ellos en las cárceles y campos, y durante un cuarto de siglo me resistí a creer que la opinión pública de Occidente no supiera nada de esta gigantesca – por su envergadura – extradición, por medio de la cual los Gobiernos occidentales entregaban gentes sencillas de Rusia al ensañamiento y la muerte”. (ALEXANDR SOLJENITSYN, Archipiélado Gulag. 1918-1956. Ensayo de investigación literaria. Plaza € Janéz. 1974, p. 79).
Testimonio 2
“El 20 de febrero, el Papa PÍO XII hizo pública una declaración contra la “repatriación de hombres contra su voluntad y la negativa a concederles el derecho de asilo”. Unos representantes del Vaticano declararon a unos periodistas norteamericanos que la política de Yalta era “una traición a los principios morales y a los ideales por los cuales habían luchado los Aliados”, y que violaba toda idea “de humanidad y de justicia”. El Vaticano tenía conocimiento, por una fuente digna de todo crédito, de que cuando los rusos llegaban a su patria “era con demasiada frecuencia para terminar en Siberia”. (NICHOLAS BETHELL, Carta citada, The Last Secret. Forcible Repatriation to Russia 1944-7. Andre Deutsch. Londres, 1974, p. 84).
Imagen de A. Soljenitsyn Premio Nobel de Literatura, falleció este año 2008.
Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero nº 152 Cordubensis
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Por consiguiente, el regreso de aquellas masas de rusos hacia su país de origen ofrecía oscuras perspectivas para los afectados, los cuales no experimentan ninguna alegría por el retorno a la patria soviética. Si aquella era la opinión que se tenía de los prisioneros de guerra y los trabajadores forzados u obligados, cabe imaginar cuál tenía que ser el deseo vindicativo con respecto a los que habían empuñado las armas contra las tropas soviéticas o Aliadas, vistiendo el uniforme alemán. Tal era el caso de las unidades militares del General VLASOV, DE LOS COSACOS Y DE LOS UCRANIANOS. Estos súbditos o ciudadanos se habían alistado, la mayoría de las veces, impulsados por su ideología anticomunista y antibolchevique, creyendo que el Ejército alemán les proporcionaba la oportunidad de acabar con la tiranía soviética. Pero, en muchas ocasiones, el alistamiento había sido la única alternativa de que disponían para intentar sobrevivir ante una amenaza cierta de perecer en el cautiverio.
El cumplimiento del acuerdo de Yalta correspondió principalmente a ingleses y norteamericanos. La devolución de aquellos infelices a la Unión Soviética REVISTIÓ caracteres dramáticos ya que los afectados, conociendo el destino que les aguardaba, preferían suicidarse o dejarse matar sobre el terreno. Pero las autoridades soviéticas habían presionado a los Aliados, condicionando la entrega de los prisioneros anglo-norteamericanos que habían “liberado” en los campos alemanes a la devolución inmediata de los súbditos rusos. Y los Gobiernos occidentales habían cedido al chantaje, aunque para ello tuvieran que violentar su propia conciencia, cumplimiento unas órdenes inflexibles hasta sus últimas consecuencias. Y estas últimas consecuencias era la ejecución inmediata al pisar territorio soviético, o el internamiento por un mínimo de 10 años en un campo de concentración. En aquellos campos conoció a muchos de ellos al escritor ALEXANDER SOLZHENITSYN , el cual se refirió a aquella repatriación forzada calificándola de “EL ÚLTIMO” SECRETO de la Segunda Guerra Mundial.
A aquellos mismos campos habían ido a parar anteriormente grandes masas de prisioneros de guerra alemanes, de los cuales fallecieron unos 800.000. No se sabe cuántos rusos murieron en los campos de concentración soviéticos, pero sí ha podido conocerse de forma bastante la cifra de internados. Según el capitán PALACIOS, de la División Azul española, que recorrió varios campos en calidad de prisionero, el número de internados ascendía a ¡20 millones!. KRAVCHENKO coincide con esta cifra. Según VALENTÍN GONZÁLEZ, el famoso republicano español llamado“CAMPESINO” de la guerra civil española, la cifra era algo superior: ¡23 millones!. Durante su paso por los campos de concentración y las cárceles de Rusia, el Campesino reunir una abundante documentación con el detalle de los emplazamientos de los campos y el número de los internados en cada uno de ellos. Sobre las condiciones de vida de aquellos campos nos limitaremos a citar la opinión de JEAN GRAVENNES, que fue Presidente del Tribunal de Casación en Ginebra: “Son numerosos los rusos que, en las condiciones más inhumanas de clima, de habitación e higiene, de disciplina y de métodos coercitivos, entre el escorbuto, la malaria y el hambre, y en un régimen terrible de trabajo, se agotan y se matan literalmente para alumbrar esa inmensa reserva de riquezas y de potencia que constituye la URSS”.
Las amnistías concedidas después de la muerte de STALIN, en 1953, alcanzaron a 10 millones e internados. Sin embargo, las condiciones de los que siguieron en los campos y cárceles no mejoraron en absoluto, como lo denunció valientemente un ruso joven que conoció muchos años después el régimen penitenciario soviético: ANATOLI MARCHENKO. Leer su libro: “Mi testimonio”, de la Editorial Acervo, ideológicamente revisionista, de Barcelona.
Testimonio 1
“Asombra que, en Occidente, donde es imposible ocultar por mucho tiempo un secreto político, ya que inevitablemente trasciende a la Prensa y se divulga, haya sido celosamente guardado por los Gobiernos británico y norteamericano EL SECRETO DE ESTA TRAICIÓN, probablemente el ÚLTIMO SECRETO de la Segunda Guerra Mundial, o uno de los últimos. Encontré a muchos de ellos en las cárceles y campos, y durante un cuarto de siglo me resistí a creer que la opinión pública de Occidente no supiera nada de esta gigantesca – por su envergadura – extradición, por medio de la cual los Gobiernos occidentales entregaban gentes sencillas de Rusia al ensañamiento y la muerte”. (ALEXANDR SOLJENITSYN, Archipiélado Gulag. 1918-1956. Ensayo de investigación literaria. Plaza € Janéz. 1974, p. 79).
Testimonio 2
“El 20 de febrero, el Papa PÍO XII hizo pública una declaración contra la “repatriación de hombres contra su voluntad y la negativa a concederles el derecho de asilo”. Unos representantes del Vaticano declararon a unos periodistas norteamericanos que la política de Yalta era “una traición a los principios morales y a los ideales por los cuales habían luchado los Aliados”, y que violaba toda idea “de humanidad y de justicia”. El Vaticano tenía conocimiento, por una fuente digna de todo crédito, de que cuando los rusos llegaban a su patria “era con demasiada frecuencia para terminar en Siberia”. (NICHOLAS BETHELL, Carta citada, The Last Secret. Forcible Repatriation to Russia 1944-7. Andre Deutsch. Londres, 1974, p. 84).
Imagen de A. Soljenitsyn Premio Nobel de Literatura, falleció este año 2008.
Editó Gabriel Pautasso
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