miércoles, diciembre 31, 2008

Laferrere vivo


Por Luis Soler Cañas

Conocí a ROBERTO DE LAFERRERE en los ya lejanos años de “Cabildo” y de “Tribuna”, pero no tuve mayor trato con él entonces. El único recuerdo de ese tiempo me lo representa sentado en la sala aledaña al despacho de don LAUTARO DUROÑONA y VEDIA en compañía de FERNÁNDEZ UNSAIN que, al oírle decir unos versos no sé de quién exclamó algo así como: “Qué sorpresa, don ROBERTO…Yo creía que a usted no le gustaban los versos”. A lo que ROBERTO DE LAFERRERE sonriendo, le contestó, aproximadamente, pues no presume de textualidad mi flaquísima memoria: “Se equivoca. Me gustan mucho los versos. Los buenos claro está…” Y añadió una broma acerca de los que escribía FERNÁNDEZ UNSAIN, como significando que los estimaba entre los buenos. Mayor oportunidad tuve de trato cuando LAFERRERE presidió, por breve tiempo – creo que apenas unos meses – el Instituto de Investigaciones JUAN MANUEL DE ROSAS del que yo era secretario en ese momento, luego de la reorganización operada allá por 1950. Circunstancia ésta, dicha de paso, que CARLOS IBARGUREN (h) omite referir en el excelente libro que acaba de consagrar al director de “El Fortín”. (Carlos Ibarguren (h): Roberto de Laferrere, Eudeba, Buenos Aires, 1969).

Pero LAFERRERE, naturalmente, me era conocido, de nombre y por sus obras – léase “El Fortín” – desde muchos años antes. Creo, por lo poco que lo traté y por todo lo que de él leí, que era un talento naturalmente privilegiado. Era un escritor sin literatura, pero poseía una precisión y claridad conceptual que hacia substancioso cualquier artículo suyo, así fuera pergeñado a vuela pluma. Desgraciadamente privó en él una cierta indiferencia o mejor diría desgano ante las obras ante las obras que más de una vez concibió y que no llegó realmente a plasmar. Durante mucho tiempo creíamos que había terminado de redondear sus escritos acerca del MARTÍN FIERRO, pero IBARGUREN en su libro, cuyo apéndice recoge una conferencia sobre el tema pronunciado, precisamente, en el instituto rosista. Recuerdo que parte de su trabajo sobre el sentido político del poema hernandiano se publicó en “Sol y Luna” y que más tarde LAFERRERE comenzó a la reproducción del mismo en “El Fortín”, pero ignoro, pues tengo mi colección incompleta, si alcanzo a transcribirlo en su integridad. Creo que sería buena obra recoger esos escritos sobre MARTÍN FIERRO en un volumen, por separado. No estaría de más, si algún día se efectúa esa tarea de recopilación de artículos de los mejores periodistas que ha tenido el país que tan falta hace, compilar una selección de las piezas sobresalientes que pueden identificarse como de su pluma. A este respecto quiero decir que, si la memoria no me es fiel, algunos de sus artículos en “Tribuna” fueron firmados con el seudo de CRISTOBAL NAVARRO. Quizás algún memorioso pueda confirmar – o no – lo que digo. Uno de ellos trataba del “loco” SARMIENTO.

El libro de IBARGUREN (h) dedica a LAFERRERE, escrito con cariño y creo, también, con algo más que los meros recuerdos, es ante todo un documento, inapreciable para conocer mejor y apreciar más cabalmente cómo fue, qué hizo y de qué manera pensó LAFERRERE en orden al país y a sus intereses fundamentales. Pero, asimismo, más estimable para que se profundice un poco en lo auténtica historia del nacionalismo argentino, cuyos origines se remontan a unos años antes de la la revolución de 1930, con lo cual, empero, no pudo identificárselo – y aquí la cuestión la aclara muy el autor -, como tampoco puede identificárselo con la mera germanofilia o ciertas proclividades “nazifascistas” que, si existieron, no lo fueron con la trascendencia y en la medida con que alguno sopinantes, ensayistas e historiadores, quieren asignarla. La historia del nacionalismo deberá hacerse algún día dando una visión total y, sobre total, discriminando dentro de lo que por tal se entendió en los diversos grupos, orientaciones, matices e individuos que le dieron mayor relieve y significación. Por lo general, quienes escriben desde “afuera” desde el nacionalismo – y a veces quienes lo hacen desde “adentro” – no ven ni sino lo que les interesa destacar. A mi me parece muy importante, en este sentido, el libro de IBARGUREN (h), porque establece una serie de hechos comprobables y documentables – y documentados – acerca la doctrina no sólo política sino igualmente social y económica de dicho movimiento. Yo me acerqué al nacionalismo en el despertar idealista de mis veinte años, cuando el mismo, allá por 1938 o 1939, comenzaba otra nueva etapa, caldeada por el influjo de la segunda guerra mundial, y que en lo interno llevaría al desenlace operado en el 45, fecha que, a su vez, en mi entender, marca otra etapa más en este proceso de agrupamientos, reagrupamientos y disgregaciones, a veces puramente personales, otras doctrinarias o de hecho, que jalonan su historia desde sus origines hasta el día de hoy. No conozco bien, en detalle, los primeros años del nacionalismo, pero es indudable que la lectura de este libro contribuirá a desvanecer más de una impresión o de un juicio equivocados – de buena o de mala fe – que andan corriendo impunemente y que dan una versión o antojadiza o falsa o en el mejor de los casos parcial, aunque generalizante. Señalo, por entender que son muy importantes en relación con este tema del nacionalismo, dos puntos que ya se encuentran en sus origines. Los relativos a la independencia económica del país y a la justicia social. IBARGUREN (h) aclara perfectamente aquí, por lo demás, cuáles fueron las conexiones del nacionalismo originario con el general URIBURU y, sobre todo, con la revolución triunfante del 30, luego neutralizada y desnaturalizada por obra de la infiltración conservadora. También se deslinda muy claramente al nacionalismo del conservadorismo, que muchos persisten en seguir identificando. Que había proximidades entre uno y otro, muy bien puede ser. Que algunos conservadores se sintiesen nacionalistas se identificasen como conservadores, es posible. Pero que conservadorismo y nacionalismo sean conceptos intercambiables, ecuaciones perfectas, es más difícil demostrarlo. Desde luego, en aquella década del 30 al 40, antes de mi aproximación al movimiento nacionalista, yo mismo participé de ese confusionismo que equívocamente identificada al nacionalismo con el conservadorismo. Era la creencia más popular. Ahora se insiste, no siempre a mi ver con entera justicia, en representar al nacionalismo con la levita oligárquica y la galera antidemocrática.

El libro de IBARGUREN (h) es excelente, por más que haya juicios que uno no se siente inclinado a aceptar, y que podrían ser materia de discusión y de polémica, como los que se refieren a la década peronista, punto éste en el que los nacionalistas también suelen discrepar. Pero el propio autor, en un rasgo que merece destacarse, confiesa que “no todo en el gobierno de PERÓN fue negativo y la Historia tendrá para juzgarlo otras palabras que las nuestras”. Fuera de esto, que lógicamente atañe a posiciones personales de cada uno me invadió una nostalgia perceptible al leer las páginas en que IBARGUREN (h) rememora – y en ocasiones puntualiza documentalmente – los sucesos cardinales de la lucha heroica protagonizada por el nacionalismo argentino durante la segunda guerra mundial, etapa que yo viví activa y entusiastamente, pero, con todo, qué lejano y distante se siente el autor de estas líneas de muchas cosas, actitudes y creencias de ese entonces… cabe decir, que el libro es una contribución. No sólo nos trae la imagen nítida de aquel gran patriota, de aquel gran escritor frustrado que fue ROBERTO DE LAFERRERE, ingenioso, sutil y profundo, sino que aclara, a muchos desconocedores o mal informados, que los hay a docenas, por no decir a centenares, cuál fue por lo menos la verdadera esencia de uno de los núcleos del nacionalismo: el representado por la Liga Republicana y sobre todo por aquél que hasta el final de sus días la sintió viva y actuante, como con otras palabras lo dice el autor de este libro, en su corazón.

Luis Soler Cañas.

Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero
nº 153 Cordubensis

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