“Durante mi anterior detención de 24 días, del mayo pasado (1941), escribí la serie de artículos que, el título genérico de 'Medios y fines del Nacionalismo', aparecieron diaramente en “EL PAMPERO”.
Por Enrique P. Oses
Prólogo de “Medios y fines del nacionalismo”, Buenos Aires, 1941, 97 páginas.
La revolución de 1943
Un día el país supo quien iba a ser el sucesor del Dr. CASTILLO en la presidencia de la nación. El viejo dilema de libertad y eficiencia volvió a plantearse en la conciencia nacional. Perder la libertad ¿Para qué? ¿Qué garantías ofrecía el continuador elegido? La revolución tenía que ser, y se produjo el 4 de junio de 1943 por un levantamiento del ejército. No podía ser obra de ningún partido político porque ninguno representaba nada. En los mismos momentos que el liberalismo entraba en crisis en todo el mundo, los partidos políticos argentinos agudizaban su ideario liberal y, de acuerdo a la lógica, quien imita va siendo atrasado. Cuando en todos los grandes países el idealismo filosófico entraba a descubrir al positivismo, los políticos y los universitarios, enquistados en la Universidad Argentina, persistían en un ideario muerto, al margen, no sólo de la realidad nacional, sino del propio movimiento mundial de ideas, del que se sentían celosos sacerdotes. Profesores había que, en 1943, considerándose espíritus libres, enseñaban economía a lo LEROY BEAULIEU , psiquiatría a lo LOMBROSO, psicología a lo CONDILLAC, filosofía a lo SPENCER, y estudiantes que consideraban las obras de JOSÉ INGENIEROS como un dechado de saber científico y filosófico. El sacudimiento que en la Universidad produjo un ORTEGA y GASSET o un EUGENIO D´ORS no salió del campo literario y de algunos privilegiados. La revolución no podía ser, por consiguiente, ni obra de los políticos – comprometidos con el capitalismo internacional – ni de una Universidad anquilosada, cuyo “reformismo” olía a naftalina, y fue así como estuvieron contra a ella políticos y universitarios. Sólo el clero o el ejército podían ser la fuente de a revolución, y como el clero no tiene armas ni vocación guerrera, la tarea correspondió a quien la realizó. Lo mismo que en 1930. Los ejércitos permanentes son los que evitan que el mundo caiga en la barbarie, pues la verdad de hoy, vista por DONOSO CORTÉS a mediados de del siglo pasado (El XIX), es que se va a la civilización por las armas y a la barbarie por las ideas; por lo menos, en nuestros días a la barbarie marxista.
VICENTE D. SIERRA, Historias de las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, 1950, p, 573-574.
Ernesto Palacio
Me ha tocado como “DEBER DE VACACIONES” la tarea honrosa y agradable, aunque un poco arriesgada, de prologar un libro de ERNESTO PALACIO, el cuarto. Este libro es una colección de ensayos elegidos en la constante y maciza producción periodística del joven pensador argentino, que guardan entre sí la suficiente cohesión genérica para soportarse mutuamente, conspirar a la meditación de algunas pocas y profundas ideas básicas, y sostener un título común de sugestiva agresividad: LA HISTORIA FALSIFICADA.
Por Enrique P. Oses
Prólogo de “Medios y fines del nacionalismo”, Buenos Aires, 1941, 97 páginas.
La revolución de 1943
Un día el país supo quien iba a ser el sucesor del Dr. CASTILLO en la presidencia de la nación. El viejo dilema de libertad y eficiencia volvió a plantearse en la conciencia nacional. Perder la libertad ¿Para qué? ¿Qué garantías ofrecía el continuador elegido? La revolución tenía que ser, y se produjo el 4 de junio de 1943 por un levantamiento del ejército. No podía ser obra de ningún partido político porque ninguno representaba nada. En los mismos momentos que el liberalismo entraba en crisis en todo el mundo, los partidos políticos argentinos agudizaban su ideario liberal y, de acuerdo a la lógica, quien imita va siendo atrasado. Cuando en todos los grandes países el idealismo filosófico entraba a descubrir al positivismo, los políticos y los universitarios, enquistados en la Universidad Argentina, persistían en un ideario muerto, al margen, no sólo de la realidad nacional, sino del propio movimiento mundial de ideas, del que se sentían celosos sacerdotes. Profesores había que, en 1943, considerándose espíritus libres, enseñaban economía a lo LEROY BEAULIEU , psiquiatría a lo LOMBROSO, psicología a lo CONDILLAC, filosofía a lo SPENCER, y estudiantes que consideraban las obras de JOSÉ INGENIEROS como un dechado de saber científico y filosófico. El sacudimiento que en la Universidad produjo un ORTEGA y GASSET o un EUGENIO D´ORS no salió del campo literario y de algunos privilegiados. La revolución no podía ser, por consiguiente, ni obra de los políticos – comprometidos con el capitalismo internacional – ni de una Universidad anquilosada, cuyo “reformismo” olía a naftalina, y fue así como estuvieron contra a ella políticos y universitarios. Sólo el clero o el ejército podían ser la fuente de a revolución, y como el clero no tiene armas ni vocación guerrera, la tarea correspondió a quien la realizó. Lo mismo que en 1930. Los ejércitos permanentes son los que evitan que el mundo caiga en la barbarie, pues la verdad de hoy, vista por DONOSO CORTÉS a mediados de del siglo pasado (El XIX), es que se va a la civilización por las armas y a la barbarie por las ideas; por lo menos, en nuestros días a la barbarie marxista.
VICENTE D. SIERRA, Historias de las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, 1950, p, 573-574.
Ernesto Palacio
Me ha tocado como “DEBER DE VACACIONES” la tarea honrosa y agradable, aunque un poco arriesgada, de prologar un libro de ERNESTO PALACIO, el cuarto. Este libro es una colección de ensayos elegidos en la constante y maciza producción periodística del joven pensador argentino, que guardan entre sí la suficiente cohesión genérica para soportarse mutuamente, conspirar a la meditación de algunas pocas y profundas ideas básicas, y sostener un título común de sugestiva agresividad: LA HISTORIA FALSIFICADA.
La mente de PALACIO está en franca progreso. Los ensayos déste libro son casi todos superiores a la mayoría de los que dieron las dos entregas de “La Inspiración y la Gracia” (Gleizer, 1929) y “El Espíritu y la letra” (Serviam, 1936), aún con ser éstos de lo mejor que se escribe en materia de rosa pensada. Ellos forman como una pequeña constelación entorno al foco de primera magnitud representado por el libro “Catilina” (1934) que tuve el honor de anunciar a su aparición como un “libro eximio” (“Criterio, nº 412), juicio que una segunda lectura acaba de ratificar sólidamente. CATILINA es un libro con cualidades de obra maestra.
Se trata como es sabido de una paradójica “revisión procesal” hecha de mano de artista y perspicacia de filosófico-político, en medio de una amplia construcción histórica que se despliega ante los ojos con la viveza y la “vivencia” de un drama trágico. La otra vez no dude en comparar este libro, salvando elementos imparangonables, con el “Richelieu” de HILAIRE BELLOC.
“Y no se trata de eso – dice con acierto PALACIO. No se debe “ir al pueblo”. Una aristocracia del Espíritu está en el pueblo; es ella misma, supremamente, pueblo. Y cuando falta, como hoy, no puede ser sustituída por fórmula circunstancial alguna”. Por supuesto que no zaherimos aquí la fórmula de “ir al obrero”, usada por LEÓN XIII y repetida por S. S. PÍO XI en el * 61 de la “Divini Redemptoris”, sino a su falso entendimiento y peor uso de parte de los cultores de cierto “paternalismo” social aburguesado. La fórmula papal “ir a la obrero” no sirve sino en función de la otra fórmula papal “Apostolado del igual por el igual”. Como nota PALACIO, para “ir al pueblo” no hay nada mejor que “ser pueblo”, aunque sea en forma eminente. JESUCRISTO no sólo fue al obrero sino que simplemente fue obrero, aún en los tres años.
Hasta aquí el prologo-introducción a cargo de RP LEONARDO CASTELLANI SJ de ERNESTO PALACIO, La historia falsificada, Editorial Difusión, Buenos Aires, 1939 (su aniversario 1939-2009: 70 años de su publicación). 199 páginas. En la colección Las 4 C, el asesor: LEONARDO CASTELLANI, en el 12, “LOS JUDÍOS” de LEONARDO CASTELLANI, junto a los periodistas de la época, JUAN P. RAMOS, JAVIER OCHOA, OSCAR PONFERRADA, JUAN BERRO GARCÍA , TOMÁS DE LARA, ENRIQUE OSÉS, JULIO Y RODOLFO IRAZUSTA, BRUNO JACOVELLA…
ENRIQUE P. OSÉS, en noviembre de 1941, apareció con EL PAMPERO, con esta consigna: “NO DUDES MAS: EN EL NACIONALISMO ESTA TU PUESTO DE LUCHA, AQUÍ ESTA TU DEBER. AQUÍ ESTA TU PATRIA”. (OSÉS).
Finalmente decía: “Queremos la propiedad de todos los medios de producción, para el argentino, la distribución equitativa de los beneficios del trabajo y la supresión total del capital extranjero monopolizado. Queremos la eliminación del seno de la vida argentina, del judío y de su poderío económico, logrado sobre la esclavitud del cristiano”. (Primer Cuaderno Nacionalista, primera contratapa oc. Ut supra).
“No hay cosa más penosa que pensar, ni más peligrosa que un hombre que piensa” BERGSON
TIEMPOS OSCUROS de LA HISTORIA FALSIFICADA de Ernesto Palacio.
Cualquier tentativa de definir un estado de espíritu colectivo – materia compleja y sutil – resulta aventurada, pues ka verdad se escapa en gran parte por los resquicios del concepto que pretende abarcarlo. Queda apenas entre las manos un residuo, una aproximación. Creo, no obstante, que para caracterizar el actual momento de nuestro pueblo podría afirmarse con seguridad que atravesamos por una crisis de depresión moral, cuyo síntoma notorio es un difuso pesimismo que impregna a todas las clases sociales y que se traduce en una sistemática denigración de lo propio, de lo nuestro de lo nacional, en provecho de lo extranjero.
Quien diga que hemos sido siempre así, se equivoca. Entre la legítima y alborozada imitación de lo europeo (ahora el mundo global), que nos caracterizó en los años prósperos, y el angustioso afán actual, existe una diferencia tan profunda como la que media entre el espíritu de autocrítica – herencia hispana – y la negación del propio ser.
No obstante esos defectos, alentó en nosotros, hasta hace pocos años, la conciencia de un destino, de una misión argentina en el mundo, y el orgullo consiguiente. Ese destino y esa misión eran proclamados por los estadistas, cantados por los poetas, profesados por todo el país. Recuérdese la literatura de los centenarios; evóquese esos años jubilosos de 1910 y 1916 (y nosotros en el Bicentenario en el 2010, agregamos); reléase el “Canto a la Argentina” de RUBÉN DARIO, las “Odas seculares” de LUGONES, los libros de ROJAS. Éramos la tierra de promisión, el paraíso de la libertad, la matriz del futuro. Recibíamos en nuestro problemas de nación joven y pujante no tenían parangón posible con los que preocupaban a las viejas naciones del otro lado del mar. Todo esto constituyó el credo de la generación de nuestros padres, que fue por ello más sana y más feliz que la nuestra.
Cierto es que se trataba de una fe errónea, fundad en la sobrevaloración de la capacidad económica y el progreso material, y que, por su propia índole, no tenía posibilidades de resistir a un cambio brusco de esas circunstancias. Pero, equivocada y todo, era una fe. Tuvo sus profetas, sus disidentes, sus críticos: suscitó la advertencia de “Ariel” y la alarma poética ante la imprevisión que entrañaba (¿tantos millones de hombres hablaremos inglés?); pero dominó siempre con el acento de la ESPERANZA.
Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero Cordubensis nº 176
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Se trata como es sabido de una paradójica “revisión procesal” hecha de mano de artista y perspicacia de filosófico-político, en medio de una amplia construcción histórica que se despliega ante los ojos con la viveza y la “vivencia” de un drama trágico. La otra vez no dude en comparar este libro, salvando elementos imparangonables, con el “Richelieu” de HILAIRE BELLOC.
“Y no se trata de eso – dice con acierto PALACIO. No se debe “ir al pueblo”. Una aristocracia del Espíritu está en el pueblo; es ella misma, supremamente, pueblo. Y cuando falta, como hoy, no puede ser sustituída por fórmula circunstancial alguna”. Por supuesto que no zaherimos aquí la fórmula de “ir al obrero”, usada por LEÓN XIII y repetida por S. S. PÍO XI en el * 61 de la “Divini Redemptoris”, sino a su falso entendimiento y peor uso de parte de los cultores de cierto “paternalismo” social aburguesado. La fórmula papal “ir a la obrero” no sirve sino en función de la otra fórmula papal “Apostolado del igual por el igual”. Como nota PALACIO, para “ir al pueblo” no hay nada mejor que “ser pueblo”, aunque sea en forma eminente. JESUCRISTO no sólo fue al obrero sino que simplemente fue obrero, aún en los tres años.
Hasta aquí el prologo-introducción a cargo de RP LEONARDO CASTELLANI SJ de ERNESTO PALACIO, La historia falsificada, Editorial Difusión, Buenos Aires, 1939 (su aniversario 1939-2009: 70 años de su publicación). 199 páginas. En la colección Las 4 C, el asesor: LEONARDO CASTELLANI, en el 12, “LOS JUDÍOS” de LEONARDO CASTELLANI, junto a los periodistas de la época, JUAN P. RAMOS, JAVIER OCHOA, OSCAR PONFERRADA, JUAN BERRO GARCÍA , TOMÁS DE LARA, ENRIQUE OSÉS, JULIO Y RODOLFO IRAZUSTA, BRUNO JACOVELLA…
ENRIQUE P. OSÉS, en noviembre de 1941, apareció con EL PAMPERO, con esta consigna: “NO DUDES MAS: EN EL NACIONALISMO ESTA TU PUESTO DE LUCHA, AQUÍ ESTA TU DEBER. AQUÍ ESTA TU PATRIA”. (OSÉS).
Finalmente decía: “Queremos la propiedad de todos los medios de producción, para el argentino, la distribución equitativa de los beneficios del trabajo y la supresión total del capital extranjero monopolizado. Queremos la eliminación del seno de la vida argentina, del judío y de su poderío económico, logrado sobre la esclavitud del cristiano”. (Primer Cuaderno Nacionalista, primera contratapa oc. Ut supra).
“No hay cosa más penosa que pensar, ni más peligrosa que un hombre que piensa” BERGSON
TIEMPOS OSCUROS de LA HISTORIA FALSIFICADA de Ernesto Palacio.
Cualquier tentativa de definir un estado de espíritu colectivo – materia compleja y sutil – resulta aventurada, pues ka verdad se escapa en gran parte por los resquicios del concepto que pretende abarcarlo. Queda apenas entre las manos un residuo, una aproximación. Creo, no obstante, que para caracterizar el actual momento de nuestro pueblo podría afirmarse con seguridad que atravesamos por una crisis de depresión moral, cuyo síntoma notorio es un difuso pesimismo que impregna a todas las clases sociales y que se traduce en una sistemática denigración de lo propio, de lo nuestro de lo nacional, en provecho de lo extranjero.
Quien diga que hemos sido siempre así, se equivoca. Entre la legítima y alborozada imitación de lo europeo (ahora el mundo global), que nos caracterizó en los años prósperos, y el angustioso afán actual, existe una diferencia tan profunda como la que media entre el espíritu de autocrítica – herencia hispana – y la negación del propio ser.
No obstante esos defectos, alentó en nosotros, hasta hace pocos años, la conciencia de un destino, de una misión argentina en el mundo, y el orgullo consiguiente. Ese destino y esa misión eran proclamados por los estadistas, cantados por los poetas, profesados por todo el país. Recuérdese la literatura de los centenarios; evóquese esos años jubilosos de 1910 y 1916 (y nosotros en el Bicentenario en el 2010, agregamos); reléase el “Canto a la Argentina” de RUBÉN DARIO, las “Odas seculares” de LUGONES, los libros de ROJAS. Éramos la tierra de promisión, el paraíso de la libertad, la matriz del futuro. Recibíamos en nuestro problemas de nación joven y pujante no tenían parangón posible con los que preocupaban a las viejas naciones del otro lado del mar. Todo esto constituyó el credo de la generación de nuestros padres, que fue por ello más sana y más feliz que la nuestra.
Cierto es que se trataba de una fe errónea, fundad en la sobrevaloración de la capacidad económica y el progreso material, y que, por su propia índole, no tenía posibilidades de resistir a un cambio brusco de esas circunstancias. Pero, equivocada y todo, era una fe. Tuvo sus profetas, sus disidentes, sus críticos: suscitó la advertencia de “Ariel” y la alarma poética ante la imprevisión que entrañaba (¿tantos millones de hombres hablaremos inglés?); pero dominó siempre con el acento de la ESPERANZA.
Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero Cordubensis nº 176
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