martes, diciembre 23, 2008

Brigadier General Juan Facundo Quiroga (1790-1835)

Mártir de la fe católica, asesinado en Barranca Yaco, Provincia de Córdoba el 16 de Febrero de 1835-2009 por la masonería y los agentes de la revolución francesa

Ciento cincuenta años son más que suficientes en el tiempo histórico para entrar en la leyenda, pero, a veces, resulta demasiado corto para descorrer el velo que permita precisar la verdadera imagen, el real significado y la exacta dimensión humana de una personalidad histórica. Tal lo que ocurre con JUAN FACUNDO QUIROGA.
Se cumplirán, el 16 de febrero de 2009, el ciento sesenta y tres aniversario de su muerte. Nacio en La Rioja hace 218 años. Murió en acción, como debe morir un guerrero. Defendiendo la soberanía, primera y suprema obligación del soldado. Defendiendo, también, la paz interior de los pueblos de las provincias del Norte histórico, cuna de la Patria, enfrentadas arteramente por los conjurados unitarios.
Fue caudillo y patriarca, conductor y consejero, soldado de la justicia y sacerdote del heroísmo; pero por sobre todas las cosas, fue un avanzado abanderado de la justicia de la justicia social, que supo imponer en su provincia natal, su La Rioja querida, con la serenidad, pero también con la firmeza de los justos. Los avaros y los mercaderes, aquellos a quien la Patria importa mientras no ocasione gastos, corrieron a Barranca Yaco e indicaron el camino artero de la emboscada y la traición.
Nos adherimos al luto de la Patria en el sesquicentenario del asesinato de uno de los hombres más preclaros, jefe de los gauchos de Los Llanos de La Rioja, militar eficaz, gaucho entre los gauchos, gobernante y político ejemplar.
Decía Don ERNESTO PALACIO en su “Historia falsificada”: “Ya prácticamente nadie habla en serio de la historia oficial. La Historia, así con mayúscula, es sólo la revisionista. Los historiadores oficiales hace mucho que arrojaron la esponja, tanto en el terreno de la investigación como el de la polémica. Ahora venden historia: la historia perfumada, así que podrían vender artículos de tocador, a base de la reiteración de sus slogans publicitarios. Esa clase de Historia – prosigue Don ERNESTO – no tiene otra forma de manifestarse que esa misma publicidad matizada por los agentes menores de las inauguraciones y desagravios, de comisiones de fomento, cooperadoras escolares, etc. La frase hecha y la figurita repetida ya no engañan ni al niño, que sólo come el chocolatín que viene envuelto en papel plateado. Los agentes de publicidad lo saben, pero siguen ofreciendo la mercadería ya que para eso cobran. Son periodistas, profesores, políticos, economistas, la mar en coche. Nadie sabe historia, ni la verdadera, ni la oficial.


JUAN FACUNDO QUIROGA REPRESENTA A LA TRADICIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA.

“Viva Dios, viva la Virgen,
“viva la cinta punzó,
“viva la celeste y blanca,
“¡viva la Federación!”


Esta copla del pueblo resume bien los contenidos de la Argentina tradicional. Por encima de todo, la Fe: “Religión o muerte”, luego la Patria, la divisa punzo y la institución que interpretaba al pueblo y que garantizaba sus libertades (mucho más que la constitución posterior). La Federación –que era santa– fue la versión autóctona de los antiguos fueros regionales o locales de la España medieval, “sagrados”, que defendían vidas y haciendas contra el despotismo y el monopolio en la cristiandad europea. La lealtad – la lealtad a estos principios y a los caudillos que los encarnaban fue la argamasa que unió al pueblo contra sus enemigos, externos e internos. Y la lealtad – la lealtad de QUIROGA y de sus compañeros ESTANISLAO LÓPEZ o el patriarca de la Federación y la de JUAN MANUEL ROSAS o El Restaurador de las Leyes, es una virtud típicamente caballeresca. El más bello fruto temporal del espíritu ha sido ese ideal caballeresco que animó – sin distinción de clases y estamentos – a toda la antigua sociedad occidental en sus grandes épocas. Nos llegó a través de España, aparece en los grandes argentinos de todas las épocas y perdura en el pueblo argentino.

El Presidente PERÓN en un memorable discurso – 15 de diciembre de 1947, hoy hace 61 años – ha caracterizado magistralmente el contenido y el sentido de la Tradición, cuando afirmaba: “La riqueza espiritual que, con la cruz y la espada, España nos legó – esta cruz y esta espada tan vilipendiadas por nuestros enemigos y tan escarnecidas por los que con su falsa advocación medraron – fue marchitándose hasta convertirse en informe montón irreconocible, hecho presa después del fuego de los odios y de las envidias que había concitado con su legendario esplendor. Pero antes de convertirse definitivamente en cenizas, las pavesas del incendio aún bastaron para que en nuestras manos se conviertan en antorchas que, remozando el alma Mater de la universidad argentina, traspase las fronteras, despierte la vacilante fe de los tibios y semidormidos pueblos que aún creen más en las taumaturgias del oro que en los veneros que encierran el espíritu y la voluntad de trabajar y ennoblecerse y tengan aún fuerzas suficientes para llegar al corazón de Castilla y decir con acento criollo y fe cristiana: ¡ESPAÑA, MADRE NUESTRA, HIJA ETERNA DE LA INMORTAL, HEREDERA DILECTA DE ATENAS LA GRACIL Y DE ESPARTA LA FUERTE, SOMOS TUS HIJOS DEL CLARO NOMBRE; SOMOS ARGENTINOS DE LA TIERRA CON TINTINEOS DE PLATA, QUE POSEEMOS TU CORAZÓN DE ORO! ¡COMO BIEN NACIDOS, HIJOS SALIDOS DE SU SENO, TE VENERAMOS, TE RECORDAMOS Y VIVES EN NOSOTROS!.

Ahora bien, a ciento setenta y tres años del magnicidio de Barranca Yaco, que privó a la Patria de una de las columnas de la Federación, estamos nosotros, tu pueblo, como los montoneros del General GÜEMES, al comienzo de la Guerra Gaucha, de LEOPOLDO LUGONES, “Una partida ha sido sorprendida por los godos, y en escaramuza y dispersión, ha caído la improvisada bandera al fondo de una abrupta quebrada; el sargento de la partida, maltrecho y mal herido, ante el gesto y a mirada de su capitán, hondamente disgustado por la derrota, se apresta a recuperar la lanza con la banderola, caída entre los espinares y rocas del abismo. Penosamente desciende, cae, se precipita envuelto en lluvia de piedras, pero llega al fin hasta el fondo, y levanta el asta partida, en cuyo extremo hace ondear el desgarrado símbolo…”.

Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero
nº 129 Cordubensis

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