viernes, marzo 06, 2009

A la conquista del mundo



“¡Otro judío más!” exclaman los hermanos THARAUD, en Vienne la Rouge. “No puedo hacer nada. Y por cierto que no es culpa mía que en Rusia, en Hungría, en Alemania, en Austria, en todas las tentativas de imponer a Europa una concepción comunista o socialista de la vida, se encuentren siempre y por lados el espíritu y la mono de Israel”. (Jérôme et Jean Tharaud, Vienne la Rouge, 1934, p. 69-70).

En otro libro: Israël, son passé, son avenir, p. 70-71. (En traducción argentina de La Mazorca, Buenos Aires, 1939, p. 71-93) hemos mostrado la influencia en todas las revoluciones y el papel que desempeña en la conquista del mundo. Por consiguiente, nos limitaremos aquí a hablar del espíritu revolucionario en cuanto es una consecuencia de su orgullo (superbia iudeorum).

La influencia que este espíritu ejerce en las tendencias revolucionarias proviene de dos causas, que dimanan una de otras: primera y básica, EL ORGULLO de haber sido llamado por IAHVÉ para reformar el mundo; luego la voluntad de sustituir en el poder a los que actualmente lo ejercen. Esa peste de la democracia que es la envidia carcome el alma judía. “La corte, el ejército, la aristocracia, le inspiran odio”, declara ELIE EBERLIN, en Les juifs d´aujourd¨hui, 1927, p. 136. ¿Por qué? Porque no pertenecen a los círculos de la corte y porque pocos de ellos forman del ejército y la aristocracia. Finalmente, una confesión sabrosa: “Si yo pudiera elegir, desearía pertenecer a la vieja nobleza prusiana”. Esta confesión vale oro. ¡Un judío que detesta cuanto es noble y elevado en los demás reconoce en un momento de sinceridad que nada desearía tanto como pertenecer a la nobleza feudal”. Comprar conciencias no es la única manera de corromper a los no judíos. Ni tampoco la más peligrosa. Mucho más nefasto es corromper el alma, disolver los valores espirituales y sociales. Y EL JUDÍO sabe arreglárselas bien para eso. Por lo general, no ejerce violencia ostensible alguna, pero disocia, perturba, desintegra, disuelve. “Israel disuelve sin ser disuelto”, dice JEAN DE MENASCE, un judío converso. (HERZL, Tagebücher, t. I, p. 223).
Igualmente sintomático es que las masas judías , tan profundamente antimonárquicas e inclusive muchas veces anti-estatistas, “hayan saludado la revelación sionista con el grito entisiástico dirigido a HERZL, de ¡Yehi Hamelej! (¡Viva el Rey!). La espontaneidad del grito, el entusiasmo indescriptible con que fue emitido, sin digna de nota”, agrega KADMI-COHEN. (Kadmi-Cohen, L´Etat d´Israël, 1930, p. 59).

Y VERDADERAMENENTE, son dignos de nota, pues sí ahora, no tienen el poder en sus manos, los judíos se revelan revolucionarios y destructores, el día que hayan disuelto las fuerzas cristianas, aparecerán con otra faz: conservadores orgullosos y tiranos. “En curso de nuestra historia – continúa Kadmi-Cohen – ya hemos chocado con la España católica, que nos quemo sobre (sic) lo autos de fe de la Inquisición, y con la Rusia ortodoxa, que nos hacía matar con sus cosacos y sus “hooliganes”. Y ni una ni otra sobrevivieron a nuestras persecuciones. Tanto peor, para Inglaterra si quiere seguir el ejemplo español y ruso (soviético, no protegiendo suficiente a los judíos en Palestina). Vencidos antes (sic) porque sobrevivimos, y venceremos (sic) esta vez también.
Esto fue escrito en 1930, cuando la infortunada Rusia gemía hacia trece años bajo el yugo judío. El martirio de España, seis años después, completó la venganza de la orgullosa raza elegida.

Esta destrucción de nuestros valores religiosos, éticos, científicos y artísticos continuará mientras permitamos que el poderío hebreo se fortifique a nuestras expensas. WALTHER RATHENAU no temió predecirlo: “Después que nuestro planeta se dedicó durante siglos a producir, reunir, conservar, preservar y acumular tesoros materiales e intelectuales, a fin de que sirvieran a la sensibilidad, a la cultura y al perfeccionamiento de algunos, he aquí que se presenta el siglo de las demoliciones, de la destrucción, de la dispersión, del retorno a la barbarie…”.
“El día que el mundo se despierte, tras un prolongado entorpecimiento de los sentidos, soñará asombrado y lleno de melancolía romántica con nuestras culturas y reunirán sus restos dispersos. Ese mundo nos superará en un solo punto, pero punto capital: no será ya el mundo y la era de algunos, sino de todos. No importa que su dicha se levante sobre una riqueza o una pobreza mayores que las nuestras: no será ya estrujado por el dolor y el pecado”. (WALTHER RATHENAU, Le Kaiser, 1932, p. 145-147).

Siempre ese orgullo maldito: destruir, aniquilar, inclusive retornar a la barbarie, para edificar luego el Estado mesiánico donde no habrá ya dolor ni pecado. No importa que los goim (LOS NO-JUDÍOS) sean asesinados y torturados durante la época de barbarie que le precederá: lo importante es que el pueblo elegido cree el Estado sin dolor ni pecado. En ese respecto, imposible transformar el espíritu judío. Su orgullo secular lo ha inmunizado contra toda veleidad de querer poner en duda su derecho a transformar el mundo a su arbitrio puesto que su voluntad es la voluntad de IAHVÉ. Teoría que procede de aquella otra suya acerca de la creación del hombre que no admite que ningún ser viviente esté colocado por encima del judío.

“De acuerdo a esta sociedad – dice BERNARD LAZARE - , todo poder pertenece a Dios, y el judío no podía ser dirigido sino por Dios. Sólo ADONAI, que gobierna el cielo y la tierra, rendía cuenta de sus actos; ninguno de sus semejantes tenía derecho a restringir su acción ni a imponerle su voluntad…
“¿No habían sido acaso hechos a imagen de Dios, y no participa su ser de Dios? Puesto que había sido modelados a semejanza de su Creador, sus hermanos de especie debían abstenerse de cometer el sacrilegio de oprimirlos…

Después de IAHVÉ, no creyeron más que en el yo. A la unidad de Dios corresponde la unidad del ser; al Dios absoluto, el ser absoluto. Del mismo modo, el subjetivismo fue siempre el trazo fundamental del carácter semítico, y condujo muchas veces a los judíos al egoísmo, el cual, exagerándose en algunos talmudistas, termino por llevarlos a no reconocer, en cuanto a deberes, más que aquellos para consigo mismos”. (BERNARD LAZARE, L´antesemitisme, t. II, P. 171-174).

De este modo, el orgullo (superbia) convierte las tendencias revolucionarias judías en un singular mescolanza. Por una parte, el judío se cree llamado por IAHVÉ a reformar el mundo y establecer en él el imperio de la justicia y la igualdad; por otra, su egocentrismo lo lleva a admitir como una axioma la idea de que será el amo de ese reino donde habrá de imperar la igualdad…
La igualdad de los siervos bajo la planta judía. Ni siquiera se les ocurre a los judíos que nuestras instituciones sociales y políticas sean la obra y experiencia de siglos. Se proponen destruir, así como los viejos profetas de Israel ordenaban destruir a los vencidos, no solamente a los hombres armados, sino también a sus mujeres, sus hijos, sus culturas y sus riquezas. Destruir y asesinar todo: tal era su tendencia hace miles de años, y tal sigue siendo hoy día.

En los comienzos de toda revolución, motín o simple tumulto, se observa la presencia de los judíos. “Asimismo se verá – escribía hace ciento veinte años el caballero de MALET – que los autores de la revolución no sólo son franceses, sino tampoco alemanes, ingleses, italianos, et. Constituyen una nación particular, que se originó y creció en las tinieblas, en el seno de todas las naciones civilizadas, con el fin de someterlas a todas a su dominio”. (Malet (caballero de), Reseña politiques et historiques qui prouvent l´éxistence d´une secte révolutionaire, 1817, p. 2).

CAHIER DE GERVILLE, en un discurso pronunciado en la asamblea pronunciado en la asamblea de la Comuna de París el 30 de enero de 1790, explicaba cuál era esa “nación particular”. “Ninguna categoría de ciudadanos demuestra más celo en la lucha por la conquista de la libertad que los judíos. Nadie aspira más que ellos a vestir el uniforme de la guardia nacional…(OTTO HELLER, La fin du judaisme, 1933, p. 82)

Siempre sucedió lo mismo. Los judíos se baten por la libertad, y los pazguatos que los siguen gozarán de ella “marchando detrás del pueblo judío encadenados, como cautivos, y prosternándose delante de él”, según lo profetizara el rabino LOEB (ISIDORE LOEB, La littérature des pauvres Dans la Bible, 1882, p. 218-219).

*Reseña de: H. DE VRIES DE HEEKELINGEN, El orgullo judío, Editorial La Mazorca, Buenos Aires, 1944, 130 p.
A history of Israel, 2 vol., W.O.E. OESTERLEY, Oxford Press, Londres, 1957.*


Editó Gabriel Pautasso
gabrielsppautasso@yahoo.com.ar
Diario Pampero Cordubensis nº 212

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