Por lo pronto, toda usura financiera que aún al día de hoy hace buen dinero con la ruina del país debe ser ELIMINADA.
Editó: Lic. Gabriel Pautasso
Mientras sea más negocio hacer circular el dinero por el circuito financiero que produciendo realmente AQUÍ NO HABRA NI REACTIVACIÓN INDUSTRIAL, NI MERMA DEL DESEMPLEADO, NI FRENO A LA INFLACIÓN , NI AUMENTO DEL SALARIO REAL. Hay que comprender de una vez por todas: UN PUEBLO VIVE DE SU TRABAJO y no de sus financistas.
Por eso es que tenemos que reorganizar nuestro Trabajo, nuestra Producción. NO NOS PODEMOS PERMITIR EL LUJO DE PRODUCIR LO PRESCINDIBLE sólo porque es buen negocio para ciertas multinacionales MIENTRAS SEGUIMOS IMPORTANDO LO ESENCIAL. Tendremos que aprender a vivir de nuestro propio Trabajo. Tendremos que aprender a producir medicamentos y miles de otros productos esenciales. Y tendremos que hacerlo rápido.
Tenemos que hacernos la idea de que debemos montar una muy seria e importante industria alimentaria si es que queremos seguir compitiendo en los mercados internacionales. Debemos abandonar un latinoamericanismo romántico y volcarnos con todo el peso de nuestra fuerza, potencia, y prestigio a la reconstrucción de la unidad geopolítica del antiguo Virreinato de RIO DE LA PLATA ; paso previo y obligado a la construcción de la UNIDAD GEOPOLÍTICA SUDAMERICANA. Y, por sobre todo, tenemos que lograr nuestra propia unidad política para que, en lugar de una democracia meramente formal, se instaure en el país una verdadera basada en la soberanía, a justicia social y la libertad concreta y garantizada para desarrollar al máximo sus posibilidades reales.
Con una democracia así no solamente comeremos sino que, además, seremos fuertes. Con el contubernio liberal-marxista actual tenemos un régimen en el en el que SE COME MAL, SE TRABAJA PEOR y SE VIVE APENAS.
TEXTO PARA RECORDAR
NUEVA YORK, 22 de marzo
En este mes he comprado una República. Capricho costoso que no tendrá continuaciones. Era un deseo que tenía desde hace mucho tiempo y del que querido librarme. Me imaginaba que eso de ser el amo de un país daba gusto.
La ocasión era buena y el negocio quedó concluido en pocos días. Al presidente le llegaba el agua hasta el cuello: su ministerio, compuesto por paniaguados suyos, estaba en peligro. Las arcas de la República están vacías; imponer nuevos impuestos hubiera sido la señal para el derrocamiento de todo el clan que asumía el poder, tal vez de una revolución. Ya había un general que armaba bandas de rebeldes y prometía cargos y empleos al primero que llegaba.
Un agente americano que estaba allí me advirtió. El ministerio de Hacienda corrió a Nueva York: en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares a la República y además asigne al presidente, a todos los ministros y a sus secretarios unos estipendios dobles que los que recibían del Estado. Me han dado en prenda – sin que lo sepa el pueblo – las aduanas y los monopolios. Además, el presidente y los ministros han firmado un convenant secreto que, prácticamente, me da el control sobre toda la vida de la República. Aunque yo parezca, cuando voy allí, un simple huésped de paso, soy, en realidad, el amo casi absoluto del país. En estos días he tenido que dar una nueva subvención, bastante fuerte, para la renovación del material del ejército y me asegurado, a cambio de ello, nuevos privilegios.
El espectáculo, para mí, es bastante divertido. Las cámaras continúan legislando, en apariencia libremente; los ciudadanos siguen imaginándose que la República es autónoma e independiente y que de su voluntad depende el curso de los acontecimientos. No saben que todo lo que ellos creen poseer – vida, bienes, derechos civiles o derechos humanos – penden, en última instancia, de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí.
Mañana puedo ordenar la clausura del Parlamento, una reforma de la Constitución , el aumento de las tarifas de aduanas, la expulsión de los inmigrantes. Podría, si quisiese, revelar los acuerdos secretos de la camarilla ahora dominante y derribar con ello al Gobierno, desde el presidente hasta el último secretario. No me sería imposible empujar al país que tengo en mis manos a declarar la guerra a una de las repúblicas limítrofes.
Este poder oculto, pero ilimitado, me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todas las molestias y servidumbre de l comedia política es una fatiga tremenda; pero ser el titiritero que, tras el telón, puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a sus movimientos es un oficio voluptuoso. Mi desprecio por los hombres encuentra aquí un sabroso alimento y miles de confirmaciones.
Yo no soy más que el rey de incógnito de una pequeña República en desorden, pero la facilidad con que he conseguido adueñármela y el evidente interés de todos los enterados en conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones, y bastante más grandes e importantes que mi República viven, sin darse cuenta, bajo una análoga dependencia de misteriosos extranjeros. Siendo necesario mucho más dinero para su adquisición, se tratará, en vez de un solo dueño, como en mi caso, de un trust, de un sindicato de negocios, de un grupo restringido de capitalistas o de banqueros.
Pero tengo fundadas sospechas de que otros países son efectivamente gobernados por pequeños comités de reyes invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza, que continúan representando con naturalidad el papel de jefes legítimos.
GIOVANNI PAPINI – OBRAS – Ed. Águilar, Madrid, t. I, p. 542-543.
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