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CATURELLI, ALBERTO: “Reflexiones para una Filosofía Cristiana de la Educación”
*Este análisis intentará principalmente destacar las sustanciales principios formativos que se hayan expuestos en este importante libro de ALBERTO CATURELLI.
Editó: Lic. Gabriel Pautasso
D. G. de P. Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1982. REVISTA ARQUÉ. Revista de Filosofía.
La presente obra consta de tres partes bien caracterizadas: 1) La Primera, “Filosofía de la Educación”; La Segunda Parte, “Problemas fundamentales de la Educación”; 3) La Tercera Parte, “Aspectos Críticos”, que se hallan compuestos por ocho, nueve y dos capítulos, respectivamente, con un “Apéndice” y una “Breve guía bibliográfica sobre Filosofía Cristina de la Educación”.
El autor nos advierte en el “Prólogo”, que se trata de una reunión de trabajos sobre Filosofía de la Educación, publicados a lo largo de unos quince años, entre 1967 y 1981, que constituyen “una serie de reflexiones ordenadas a la exposición de una filosofía cristiana de la Educación”, esto es, “una preparación o aproximación a una filosofía cristiana de la educación”. (Cfr. Prólogo).
Las líneas fundamentales del pensamiento filosófico del Prof. Dr. ALBERTO CATURELLI se hayan expuestos en los primeros capítulos de la Primera Parte de su obra, vale decir, sobre Filosofía de la Educación estrictamente, que sustentaban la concepción educativa del autor.
El autor en el desarrollo de los temas de los primeros capítulos de su obra plantea los presupuestos teoréticos de la Filosofía de la Educación. Conviene tener presente que, como toda filosofía “especial” (como la psicología filosófica, filosofía de la naturaleza, teología natural, etc.), la filosofía de la Educación no es autónoma con relación a todo el universo de la filosofía, de la que es parte integrante. Sus procedimientos y sus soluciones tienen validez científica en la medida en que se unen estrecha y continuamente con posiciones más generales en el área de la teoría de la teoría del conocimiento (Gnoseología), y de la Ontología, de la Antropología y de la Ética. En la elaboración específica referente a la Pedagogía, los fundamentos que se observan en la concepción educativa del autor y que deben tenerse en cuenta presentes, se pueden sintetizar de la siguiente forma:
1) Visión realista del ser; posibilidad del conocimiento concebido como capacidad de llegar en verdad al ser; posibilidad del conocimiento metafísico; realidad de finito contingente y del infinito necesario trascendente, creador de todo ente y, por consiguiente, también del hombre.
2) Concepto filosófico del hombre como ser finito sustancial, unión de cuerpo y espíritu, racional y libre, destinado a la felicidad que va unida a la realización armónica e íntegra del propio ser dentro de la voluntad de Dios trinitario y paterno, auténtico autor del orden moral.
3) Una visión integral del hombre y de la educación, que requiere, además, el aporte de aquella visión sobrenatural de la que el hombre histórico concreto no puede ya prescindir: concepción cristiana del hombre por gracia, llamado a formar parte de la familia divina, caído y redimido, restaurado en su vocación originaria y enriquecido por medios adecuados a su disposición dentro del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia.
Parte el autor de la ejemplaridad de SOCRATES, en tanto que el gran ateniense agota la categoría de educador. Su obra es él mismo, ya que vivió su propia doctrina. Educador nato, enseña con ocasión y sin ella, sin presentarse nunca como maestro. En los “Diálogos” aparece como hombre sutil, agudo, temible dialécticamente y perseguidor y orientador infatigable de los altos ideales de Bien, Verdad y Belleza trascendente. Siempre más dispuesto a escuchar que a decir; es un contemplativo en permanente peregrinar. S u saber es de carácter perfectivo, capaz de promover y orientar acertadamente la conducta humana.
Dado que la formación de personas íntegras implica el desarrollo de las actividades racionales y morales al mismo tiempo, la verdad que SOCRATES quiere enseñar se identifica con un deber que implique un virtuoso obrar, respaldado por la consciente responsabilidad del bien. LA VERDAD será, no sólo el camino para la virtud misma. Es decir, que la identidad entre saber y la virtud constituye el principio fundamental de la filosofía socrática. Quien conoce el bien (VIRTUD) es virtuoso, porque todo bien conocido es necesariamente querido. Por otra parte, como quien conoce el bien no puede dejar de practicarlo, ya que sólo quien es virtuoso es feliz y como todos los humanos aspiran a la felicidad, es imposible que quien conoce el bien haga el mal, colaborando así en su propia desgracia.
Entonces, nadie es malo voluntariamente, es decir, a sabiendas de que obra mal; el que obra el mal lo hace por ignorancia o error. La conducta virtuosa o viciosa no reside, pues, en la voluntad, sino en el entendimiento. El conocimiento de la virtud (bien) hace necesaria la enseñanza. Porque la virtud (bien) es ciencia, puede enseñarse. Esto es lo que hizo SOCRATES TODA SU VIDA.
“No cesaré de filosofar – dijo – mientras viva preocupándome por vosotros. El mayor bien del hombre es hablar de la virtud diariamente. Todo hombre injusto, cualquiera que cae en el delito, es porque está incierto en el error y desconoce la verdad”. (Cfr. Cap. I)
Ahora bien, toda actividad educadora supone una antropología, una concepción propia y precisa del hombre, de manera que, según la cual fuese la naturaleza, el origen y el destino que se atribuya al ser humano, habrá de determinarse la orientación fundamental de la doctrina pedagógica. Esto nos evidencia que el tena del HOMBRE es la clave de toda educación y cualquier concepción errónea o unilateral de lo que constituye la naturaleza y el destino humano habrá de concluir, necesariamente, en una concepción reduccionista, que privilegie sólo algún aspecto, errónea o incompleta de la Educación. Al respecto, consideramos pertinente citar el pensamiento de LUCIEN MORIN:
“Entendemos ahora por pedagogía de la EXISTENCIA una pedagogía fundada en la opinión y lo subjetivo, en el sentimiento, la creencia y el deseo, en la “buena voluntad”, la impresión y la intuición, el “yo soy la medida de todas las cosas”, y todo arranca del naturalismo de ROUSSEAU y culmina en el siglo XX con las multidimensionales y contrarias teorías de la nueva escuela”.
Resulta evidente que actualmente vivimos uno de los momentos más intensos de la Pedagogía de la Existencia”, según la denominación acuñada por BOGDAN SUCHODOLSKI en su libro “La pédagogie et les grands courants philosophiques, Pédagogie de l´essence et pédagogie de l´existence”, Editions du Scarabée, Paris. Desde que SARTRE y sus amigos lo dijeron, los pedagogos saben que el hombre ya no tiene definición, ni naturaleza, ni esencia y que por tanto, para ellos, no es un animal racional. Es lo que quiera ser, es decir, lo que sea, cualquier cosa: un estar ahí, un ser arrojado o una forma de ser. En síntesis, él lo es todo y no es nada pues el significado de los conceptos depende del sentido que cada cual les atribuye. La educación de un hombre se transforma en una tarea que depende de las opiniones y de los conceptos de cada uno.
El pensamiento filosófico de ALBERTO CATURELLI se inscribe, a nuestro juicio, en el marco de la Pedagogía de la Esencia, pues, se halla orientado a indagar y definir el ser del hombre que es la misión del filósofo de la educación. La concepción del hombre del autor cordobés es la de la filosofía clásica. El hombre agrega al animal (vida sensitiva) y a la planta (vida vegetativa) la facultad de conocer inteligiblemente y por ello de juzgar sobre sus fines, en vez de lograrlos a impulsos de sus instintos y el azar de sus circunstancias. Esta facultad de conocer no sólo singularmente sino también de un modo universal, esta racionalidad que añade el hombre a su parte de animalidad es lo que determina la eminencia de su puesto en la creación. Recapitulando, se nos presenta el hombre como una organización perfecta en la cual se encuentran, en unidad sintética, reunidos todos los grados de perfección esencial de los demás seres.
Una substancia material, el cuerpo, y otra de índole espiritual, el alma, que integrándose, constituye el compuesto. Substancias incompletas que, ad decir, ni el alma ni sólo cuerpo pueden existir por separado sin aniquilar el compuesto humano. “El alma es forma del cuerpo”, sentencia ARISTÓTELES en su De ÁNIMA. Esto significa decir que el hombre se constituye por una materia y una forma que se unen para constituir el ser. El cuerpo nace de materia y el alma es la forma que hace ser a este cuerpo, un hombre, que le da vida, que le constituye, y le hace ser tal como es.
“No son las partes del compuesto – dice SANTO TOMÁS DE AQUINO – las que obran aisladamente, en el compuesto, en el todo formado por las partes”. (S. Th. L, q. 3ª, art. 3º).
En la escala decreciente de los seres, desde Dios, pasando por los ángeles, intermediarios entre Dios y el hombre, hasta las últimas criaturas, el hombre ocupa un puesto excepcional en la jerarquía de los seres.
“El hombre es un horizonte entre dos mundo”, afirma SANTO TOMÁS DE AQUINO, mundo de espíritu y de materia que se integran, sin contraponerse, siguiendo el orden metafísico que impera en la naturaleza, según la cual “lo inferior es movido y ordenado por lo superior como la esfera superior mueve la inferior” (S. Th. I, q. 81ª, art. 3º).
En consecuencia, esfera de la vida superior moverá al cuerpo con imperio y el cuerpo se ordenará al servicio de la vida espiritual para hacer, por su equilibrio, más eminente la vida humana.
A nuestro entender, el autor se propone formular una filosofía de la educación a la luz de una metafísica del ser en cuanto ser: el ser en sentido primordial se concentra en la sustancia y la verdadera sustancia es la espiritual, o sea, la persona. La Pedagogía, resulta así, en esencia, una teoría de la formación de la persona humana. (Cfr. Cap. II)
El hombre, en cuanto persona es “sustancia individual de naturaleza racional” (BOECIO). La naturaleza racional del hombre constituye el elemento universal, mientras que la materia (materia individualizada por la cantidad) implica la determinación individual. Una filosofía de la educación, considerando al hombre en su unidad sustancial, debe fundar sus principios sobre la universalidad de su naturaleza, que, aún expresándose en la individualidad de lo singular, debe tener presente leyes universalmente válidas. El hombre, el más elevado de los seres de la escala animal y el último de los seres espirituales, supera la aparente contraposición de su doble naturaleza – en carne y espíritu – para asumirlas total y ordenadamente, en el misterio ontológico de la persona, que es, sin lugar a dudas el acierto más notable y destacable de la tradición metafísico-teológica occidental.
En la línea de la metafísica realista clásica, sostenida por el autor a lo largo de las páginas que componen su obra y principalmente en la 1ª parte de la misma, se advierte un acuerdo fundamental en la definición genérica del fin de la educación: aquella madurez humana, aquella perfección intermedia que permite llevar al más alto grado de realización en la línea del ser y del obrar, la naturaleza esencial que cada uno posee individualizándola, en el momento de llegar a la existencia.
La definición clásica de la educación: PROMOTIO PROLIS USQUE AD PERFECTUM STATUM HOMINIS IN QUANTUM HOMO EST, QUI EST VIRTUTIS STATUS” (s. Th. Suppl. III, q. 41ª, art. 1º), debe ser interpreta como “conducción y promoción de la prole al estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud” (ANTONIO MILLÁN PUELLES, La formación de la perfección, Rialp, Madrid, 1981, p. 25-26), significa la capacidad de actuar de modo humanamente perfecto: física, razonable, moralmente bien, comprendiendo, por tanto, el aspecto físico fisiológico, el aspecto psíquico-volitivo y el aspecto psíquico-cognoscitivo, y finalmente, el aspecto de la vida sobrenatural y que puede condensarse como la formación del hombre esencialmente completo. (Cfr. Cap. III).
En cuanto a la consideración de la relación educativa, apreciamos que el autor implícitamente destaca que el maestro-educador desempeña en el hecho educativo un doble papel: 1) como causa eficiente produce y presenta en adecuadas relaciones aquellos SIGNA de los que parte cualquier principio espiritual y volitivo.
“UNDE et secundum hoc unus alium docere dicitur, quod istum discursum notionis, quem in se fecit ratione naturali, alterit exponit per signa; et sic ratio naturalis discipulis, per huismodi sibi preposita, Sicut quedam instrumenta, pervenit in cognitatonem ignotorum. Sicut ergo medicus dicitu causare sanitatem in infirmo natura operate, ita etiam homo dicitur causare scienciam in alio operatione ratione naturalis illius; et hoc est docere; unde homo alium docere et eius esse MAGISTER”. (S. Th, De Ver. Q. IIª, art. 1º).
2) Como causa ejemplar es el principal y primer Signum con capacidad de encender la luz del ejercicio efectivo de la vida del espíritu, la concepción de lo verdadero y la volición de lo bueno, que se traducen en hábitos de ciencia, de prudencia, de justicia, de templanza. Ello reside principalmente la autoridad educativa, la única válida para el discípulo-educando, todavía incapaz por definición, de percibir la autoridad jurídica en cuanto tal o la autoridad de la verdad o de los valores por sí mismos. El educador es la encarnación viviente, sensiblemente perceptible de la verdad y del bien. En 1953, ETIENNE GILSON decía, al respecto, en un discurso:
“…LA ENSEÑANZA implica la aceptación de una cierta des-igualdad; no de naturaleza, ni siquiera de capacidad intelectual, sino, ante todo, de conocimiento. Un hombre sabe algo y otros no lo saben. El profesor no tiene otro medio de hacer que su ciencia sea conocida metiéndola volens nolens en la cabeza de sus alumnos. No puede haber igualdad alguna entre una causa y su efecto. Causar es actuar sobre algo; ser causado es ser actuado en algo. Ninguna pedagogía podrá cambiar jamás este estado de cosas” (E. GILSON, The eminente of Teaching, discurso pronunciado en la “Tenth Annual Catholic Education Conferenc”, 7.4.1953).
El pensamiento del autor relativo al tema puede confrontarse en el Cap. IV. En cuanto a la postura del DR. ALBERTO CATURELLI respecto de las modernas formas didácticas y metodológicas, la misma es un corolario lógico de su filosofía educativa enraizada, reiteramos, en la filosofía perenne aristotélica-tomista-agustineana. La misma tiene su correlación formal en el testimonio de VAN CLEVEE MORRIS, que define el fenómeno en estos términos:
“TODOS los instrumentos de la teoría progresiva de la educación – el procedimiento en grupo, la promoción social, el concepto de niño-global, el método proyectivo, los sociogramas, el sociodrama, las relaciones humanas (la lista es larga) – han ido instalados en nuestras escuelas partiendo de una convicción que pretende que PENSAR en grupo, JUZGAR en grupo y ESCOGER en grupo constituyen el camino más auténtico y más seguro para alcanzar la verdadera humanidad que el pensamiento, la apreciación y la elección individuales”.
La mayor debilidad de la educación moderna es su incertidumbre en lo que se refiere a sus fines. Una rápida revista a la historia nos demuestra que los sistemas educativos más significativos y eficaces han considerando siempre sus objetivos de modo muy preciso, ya fuera en términos de cualidades personales o situaciones sociales. En las llamadas democracias liberales de Occidente contemporáneo, la educación es, al contrario,, desgraciadamente nebulosa en cuanto a sus fines. (Cfr. Cap. IV).
Finalmente, debemos resaltar el mérito del DR. ALBERTO CATURELLI de dar a publicidad una obra emprendedora que llena sensiblemente un vacío en la materia, que es un hito más en su pensamiento filosófico, y que a nuestro juicio, se halla conformada en la PEDAGOGÍA DE LA ESENCIA.
El hombre no tiene opción ante su naturaleza: está obligado a ser racional, siempre ha tenido que considerar la premisa del “deber ser” del educando como una especie de causa final, de manera que el mismo acto pedagógico estaba totalmente subordinado a dicha premisa.
Más que nuestros conceptos debe tenerse la autoridad de la IGLESIA, representada en este problema por el Papa S. S, PÍO XII (1938-1958).
En el discurso al Instituto Nacional Masculino de ROMA, aconsejaba el PAPA:
“ES NECESARIO saber distinguir cada caso en los alumnos. La educación llamada de masa, como también la enseñanza de clase, cuesta ciertamente menor fatiga, pero corre peligro de aprovechar solamente a algunos, y son todos los que tienen derecho a aprovecharse de ella. Los niños nunca son iguales uno a otro, ni por inteligencia, ni por carácter, ni por las otras cualidades espirituales. Es una ley de la vida. Por tanto, han de ser considerados singularmente, ya para indicarles un modo de vida, ya para corregirles y juzgarle.
“El preciso que cada uno se sienta objeto especial atención por parte del educador y que nunca tenga la impresión de ser confundido y olvidado entre la masa, descuidado en sus peculiares necesidades, en sus exigencias y en sus débiles, como si sólo contase su presencia física. De tal cuidado para cada uno de los alumnos, nacerá en éstos el estímulo suficiente para afirmar y desarrollar su temperamento personal, el espíritu emprendedor, el sentido de la responsabilidad hacia los superiores y condiscípulos de igual modo que si viviese en el seno de una numerosa y bien ordenada familia”.
(Discurso al Instituto Nacional Masculino de ROMA, 20 de abril de 1956. Publicado en Ecclesia, nº 16m 28 de abril de 1956, p. 479).
GABRIEL PAUTASSO
EDITÓ: gabrielsppautasso@yahoo.com.ar DIARIO PAMPERO CORDUBENSIS e INSTITUTO EMERITA URBANUS.
SOPLA EL PAMPERO. SIGAMOS EN EL BUNKER. ¡VIVA LA PATRIA!
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