sábado, agosto 16, 2008

Primaveras de Plomo por Miguel Cruz

Toda guerra, cuando es intestina, como si eternizara el destino de su emblemática espada, no sólo divide irreconciliables los bandos entonces en pugna, sino que puede prolongar por generaciones esa discordia.

…Ya casi nos íbamos de aquel lugar cuando mi abuelo agregó estas palabras tan dolorosas como la misma historia:

- Conoces el juego del ajedrez; al menos alguna idea tienes. Más que agilidad mental, capacidad para prever los movimientos del oponente, de estrategias para la guerra. Pienso entonces en un tablero que fue nuestra y en esos trebejos blancos o negros que fueron nuestra propia gente y en algunos casos de nuestra propia misma sangre. Caballos o alfiles, torres o peones, se enfrentaban a muerte con la idea de que derrotar al adversario, salir victoriosos del enfrentamiento, sólo era posible eliminando a los otros. Fue ciertamente una guerra, porque solamente en la maldita guerra es donde la vida de los otros pasa a ser el obstáculo que hay que apartar sin cargo alguno en la conciencia y con la convicción moral del deber cumplido. Pero tales partidas de ajedrez tenían la particularidad fantástica: las piezas de estos dos bandos creían que el desafío y las batallas consecuentes eran opciones y decisiones tomadas por cada cual en libre y responsable señorío sobre sí mismos… En realidad, detrás de ellos, sobre ellos, había dos antagonistas mayúsculos usándolos para enfrentarse impiadosamente sin mancharse las manos.

- “Nuestros contendientes creyeron tener motivos y razones propias para
Combatirse y eliminarse del tablero de esta tierra; sin embargo, los
Determinaban dos enormes imperios trabados en una lucha mortal…
Pero, eso sí, empleando la muerte de los otros. Ésa es la confusión que muchos no quisieron ver entonces, que nadie quiere reconocer ahora. Es triste pensarlo, pero aquellos contrincantes mayúsculos se venían aquí, a estos lugares que han quedado como arrabales del mundo moderno, engañándonos para que, como en una competición, peleásemos a sangre y fuego entre nosotros. Los dos gigantes, de este modo, intercambiaban triunfos y derrotas. Mucha de nuestra gente creía que luchaba por ideales propios y en verdad lo estaba haciendo por intereses ajenos. Esos años estuvieron amasados con demasiada sangre, dolor y pérdidas como para simplificarlos de esta manera, pero no puedo pasar por alto este aspecto de las cosas.

“Por supuesto que hubo soldados limpios jugándose la vida por esta tierra, para que pudiera seguir siendo una patria. Por ellos fue posible detener aquellas bandas demenciales y mesiánicas, pese a que los altos mandos condicionaron el actuar de su gente para que combatiese en las sombras y sin honor; una trampa también buscada para sus propios fines por el terrorismo insurgente. Ganaron la guerra pero perdieron la paz, donde fueron humillados y ensuciados públicamente, sin discriminación alguna, por el sólo hecho de haber sido militares de esa guerra con que no buscaron.

“Hay intereses, grandes intereses, que hoy han comenzado a medir la utilidad de hacernos perdurar en aquellas divisiones. Nos impiden enterrarlas, para que no podamos volver a unirnos todos en una firme voluntad común. Sería peligroso para ellos que recobremos nuestro futuro, y esos intereses seguirán creciendo y creciendo… No debemos ser ingenuos y suponer que las mentiras de hoy esconden nada más que revanchas del pasado. Hay otras ambiciones en juego.

“Tienes que creerme. Toda esa sangre derramada no sería inútil si entendiéramos que aún es infecunda para nuestra tierra y que nos clama desde ayer. A tu generación, a la de tus hijos, les que esa tarea, la tarea de un patria pendiente.

“Resistencia hoy, en el crepúsculo. Y la reconquista de la verdad mañana, en ese amanecer bendecido que ha de llegar cuando se haya cumplido las penitencias de nuestro pueblo por sus miserias y la de nuestros padres. Yo he de morir seguramente sin verlo”.

Es todo lo que puedo recordar. Ya pasaron algunos años desde la muerte de mi abuelo. No quiero que conmigo se pierda aquella historia que alguna vez me entregó. Es por eso que con la ayuda y el apoyo que me dio quien fuera un gran amigo suyo, MIGUEL CRUZ, puedo por fin darla a conocer.

Él me asegura siempre que un solo puñado de lectores dispuestos a escucharla ha de justificar este libro.
MIGUEL CRUZ, “Primaveras de Plomo”, 1ª ed., Buenos Aires, Vórtice, 2008/112 p. Narrativa.


Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero Cordubensis nº 28
Córdoba, 15 de agosto de Penthecostés del Año del Señor de 2008, en el Día de la Asunción de la Santísima Virgen María.
Sopla el Pampero. ¡VIVA LA PATRIA!


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