En estos tiempos particularmente graves para la educación, la ciencia y la cultura, áreas todas que se han entregado desembozadamente a los ideólogos más indoctos del materialismo, resulta prudente una vez la voz esclarecida de los verdaderos sabios. Tal la del inolvidable FRAY ALBERTO GARCÍA VIEYRA OP.
Lo que el maestro necesita, en primer lugar, es formar una conciencia clara teológica-filosófica de su elevada misión docente. Enseñar es del sabio, función de la sabiduría, dice SAN TOMÁS. Por eso el maestro debe ser a la vez teólogo.
La solución escéptico-positivista del problema educativo fue propiciada entre nosotros, e impuesta a la gran mayoría católica del país, por la generación liberal de 1884. Si bien el escepticismo puede ser tolerado como una enfermedad mental, nunca puede erigirse en una finalidad procurada expresamente, y mucho menos puede confiársele la educación.
El problema educacional está regido por una primera consigna: el hombre desea naturalmente la verdad y el bien; anhela su posesión real y objetiva. Por eso el indiferentismo, aun con apariencias de “ciencia”, contraría y es un obstáculo para las exigencias vitales de la personalidad.
El maestro – en todas las escuelas – da, un sentido propio, la formación a sus alumnos; ya sea por lo que sugiere o por lo que omite; todo depende de él. Sugerir lo malo es tan perverso como omitir lo necesario. El laicismo omite “para no ser tendencioso”, pero esa omisión es de lo necesario. Luego, por esa omisión – suponiendo que se limitara a ella – ya es intrínsecamente repudiable.
El hombre busca la verdad y el bien, y la Causa Suprema de su ser.
Este anhelo, confirmado por la ingente labor especulativa filosófica y teológica de la humanidad, declara insuficiente relativista o escéptica.
El problema educacional es el problema de una persona en desarrollo. No se pueden tomar posiciones partidistas sin contemplar antes las leyes objetivos a que obedece este desarrollo. Con esquemas preestablecidos, fácilmente nos deslizamos a obstaculizar dicho desenvolvimiento.
La perfección del hombre (o del niño) no termina en el desarrollo de sus hábitos naturales. Nuestros maestros, además, deben tratar con niños bautizados, para quienes es un hecho la elevación al orden sobrenatural. Es por eso, sobre todo, que su educación tiene que ser cristiana. En este orden de ideas, dice la encíclica “Divini Illius Magistri”, del inmortal PÍO XI: “Es de suma importancia no errar en la dirección hacia su fin último, con lo cual está íntima y necesariamente ligada toda la obra de la educación”. El problema educacional, cualquiera que sea el sistema que lo plantee, depende en última del fin de la educación, que tiene que coincidir por la propia gravitación con el fin último del hombre.
La Filosofía, partiendo de los datos de la experiencia, y la Teología, partiendo de la Revelación, prueban que el último fin del hombre es DIOS. Es la Teología, sobre todo, como sabiduría suprema humana, que debe orientar todo proceso educacional; esto otorga a la Teología una importancia excepcional.
En vano se opone a esto la libertad de conciencia. Libertad de conciencia quiere decir simplemente que la conciencia puede o no acatar las verdades de fe. Pero que un individuo tenga tal disposición psicológica de poder o no acatar las verdades de fe, no obliga al Estado a impedir la enseñanza religiosa como nada le obliga a suprimir la enseñanza del Derecho o la Medicina, porque pueda haber un individuo que no acate o sea indiferente a esas enseñanzas.
Fray Alberto García Vieyra OP
“Ensayos sobre pedagogía, según la mente de Santo Tomás de Aquino”, Buenos Aires, 1949.
Editó Diario Pampero nº 98 Cordubensis
Córdoba, 17 de septiembre de Penthecostés del Año del Señor de 2008, en la Fiesta de San Roberto Belarmino, sopla el Pampero.
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