viernes, octubre 19, 2012

El humanismo político del Justicialismo

EL SISTEMA HISTÓRICO DEL LIBERALISMO

La naturaleza misma de ese problema nos obliga a precisar lo que el liberalismo ha significado históricamente.
De una forma esquemática puede decirse que todo régimen político se articula en cuatro elementos que son coherentes entre sí:
a) Un núcleo central de ideas que contienen el principio o principios en que el régimen se fundamenta y a los que podemos llamar su ideología, limpiando este término de la ganga de significaciones con que el marxismo lo ha enturbiado:
b) Una estructura jurídica política que desenvuelve esos principios en un orden, y a la que podemos denominar su fórmula constitucional;
c) Una estructura y fundamentación del poder que es coherente con esos principios y su desenvolvimiento jurídico, y a la que llamaremos legitimación y organización del poder; y
d) Un orden social que quizá a veces se presenta como un fenómeno reflejo, pero que está normalmente vinculado a los principios que informan el orden.
Es cierto que estos diversos elementos pueden disociarse entre sí y la fluidez de la Historia rara vez nos ofrece esta arquitectura de un régimen armónicamente desenvuelto en todas sus piezas. Sin embargo, quizá el liberalismo, en su realización histórica ha sido una excepción , porque pocas veces hallaremos un régimen cuyos elementos se hayan entrelazado con más coherencia.
La ideología en que se fundamenta el régimen liberal es la afirmación incondicionada o absoluta de la libertad individual. HUMBOLT afirmó este principio con un acento que se quintaesencia en las palabras de STUART MILL inscribió como lema en la portada en su ensayo sobre la libertad: “El gran principio, el principio dominante, es la importancia esencial y absoluta del desenvolvimiento humano en su más rica diversidad”. La única libertad que merece este nombre, apostilla STUART MILL, es la de buscar nuestro propio camino; la Humanidad sale más gananciosa consistiendo a cada cual vivir a su manera, que obligándole a vivir en la manera de los demás. Dejemos al margen la fácil crítica de si no ser más deseable la perfección que la diversidad, para subrayar la consecuencia que se deduce de esta afirmación: Cada individuo debe ser rector absoluto de su conducta y de su destino. Y es significativo que STUART MILL aplique para definir esta libertad de decisión el mismo término que la ciencia política del Renacimiento acuño para definir la absoluta independencia y autonomía del Estado: el individuo – dice START MILL – es “soberano”. La soberanía romántica del individuo se opone así a la soberanía del Estado.
La fórmula constitucional que inserta este principio en el orden político es el instrumento característico del llamado Estado de Derecho liberal: las declaraciones de derechos. Estas declaraciones de derechos en que se articula la libertad individual son sobradamente conocidas para que tengamos que detenernos en su análisis. Sólo debemos subrayar que en la tabla de derechos proclamados faltó el derecho de asociación, mientras se hacía figurar en los códigos o en las leyes penales el delito de coligación para exterminar las asociaciones profesionales. Eran derechos del individuo, cuya soberanía podía ser mermada por la sola existencia de una asociación que le vinculara en cualquier faceta de su libertad. De otra parte, esa libertad soberana del individuo se definía como un derecho abstracto e ilimitado, que sólo encuentra su límite en el igual derecho de los demás.
La organización y legitimación del poder se articula en dos principios. Una estricta división de poderes, en que el poder frene al poder, garantiza ese ámbito de la libertad individual. De otra parte, el poder, para ser legítimo, ha de fundarse en la libertad individual y en la libre concurrencia de las voluntades de los individuos. Toda autoridad política que pueda imponer sus criterios o sus opiniones está excluida por la misma naturaleza de los principios del régimen liberal. Las decisiones del poder tienen que basarse en la libre expresión concurrente de las opiniones de los gobernados. Un pluralismo indeterminado de partidos será la consecuencia que a l larga deducirá el liberalismo político.
El cuarto elemento de esta estructura afecta a la vida económica y alas instituciones sociales que se fundan directamente en ella. No sólo hay un régimen político liberal, sino también un régimen económico y social que se designa como liberalismo económico. La libertad de trabajo, la libertad de industria, la libertad de comercio, la libertad de contratación, la propiedad y la empresa libre, cuyo equilibrio se funda en la libre concurrencia, son la expresión de este régimen. La libre concurrencia de opiniones individuales tiene su expresión paralela en la libre concurrencia de actividades económicas libres. Hablamos de paralelismo, y aunque quizá el término no es exacto, nos sirve para designar una recíproca influencia del orden político y del orden económico. No hay economía libre sin las libertades jurídico-políticas que constituyen su supuesto; no puede existir realmente un orden político liberal si la autonomía del individuo no tiene un substrato económico independiente. Por eso no es casual su presencia simultánea en la Europa del siglo XIX.
Sobre esos cuatro ejes, coherentes entre sí, se perfila históricamente el liberalismo. Sin duda pueden darse aislados sus diversos elementos en una fase histórica de transición, pero la plena efectividad del régimen supone esta trabazón, cuyo fundamento hay que buscar en los principios que constituyen su ideología y que se proyectan sobre los restantes elementos. Por eso tiene un interés capital adentrarnos en la genealogía y la naturaleza de esos principios.

LA ANTROPOLOGÍA POLITICA DE LOS TIEMPOS MODERNOS

Marx y Engels, y sus hábiles intérpretes Lenin y Stalin, se apoyarán en el ideal anarquista para darle las más trágica de las inversiones; sólo después de etapas intermedias, la “dictadura del proletariado”, el “socialismo en un solo Estado”, se podrá llegar a ese ideal.
Hay, en el otro extremo, un anarquismo aristocrático: el de Nietzsche (1844-1900), anarquismo como “voluntad de poder”. Reaparece aquí el Príncipe de N. Maquiavelo, convertido en Superhombre, en un Universo “monstruo de energía”, en el cual Dios ha muerto. Más allá del bien y del mal, “la nueva criatura” ya no crea el orden: es él mismo, en medio del desorden irreparable. Como la “virtú” (areté: el mejor) renacentista, el coraje del Superhombre desafía al destino; pero ya no tiene la misión de dirigir o salvar a los demás. El inferior es el cimiento sobre el cual se levanta la superioridad. Como observa Figgis, siempre la redención se ha de pagar con sacrificio y en sangre; pero aquí se invierten los términos del Cristianismo, en que Dios muere por el Hombre. Por supuesto, el Estado, ese “monstruo frío”, es una rémora al Superhombre, y no interesa.
Sorel intenta restaurar, después de la victoria marxista, el anarquismo como mito de acción. O mito moral. Ingeniero, primo del gran historiador Albert Sorel, los que le conocieron le recuerdan “intarissale… una richese en vrac” (Tauraud). El pensamiento soreliano sería para J. J. Chevalier una mezcla de Marx (con fuerte dosis de materialismo histórico), de anarquismo a lo Proudhon, de Bergson “fluido” y del Nietzsche “explosivo”; de todo ello resultaría este “pensamiento rico y confuso, a la vez atrayente e irritante”.
Este moralista, autor de un Comentario profano al estudio de la Biblia, es un pesimista, en muchos puntos conforme con la moral tradicional: “el mundo será más justo sólo en la medida que el mundo será más casto”. Estamos muy lejos de Godwin y de Bakunin. Sorel se enfrenta igualmente con el “cinismo” de los socialistas parlamentarios, con el “revisionismo” a lo Bernstein, con todo lo que huela a descomposición de lo existente. Rechaza toda forma (progresismo, pacifismo) de optimismo social; sólo una lucha ascética, basada en un mito conductor, puede lograr algo.
¿Y entonces? Hay que liquidar al Estado, producto nefasto de la ideología burguesa, aparato coercitivo de conservación de un orden establecido. Ese Estado, dominado por unos intelectuales que se disputan los puestos y las condecoraciones, debe ser derribado por la violencia o, mejor, por una moral de la violencia. Después, los Sindicatos administrarán la producción.
Podríamos seguir viendo anarquismos diversos, hasta el de Sartre, entendido como humanismo existencialista. Pero, ¿qué queda de ese “hombre rebelde”? Volvamos a ver el destino histórico del marxismo. Para Marx “la raíz del hombre es el mismo hombre”. Este ha de ser liberado de toda alienación, de todo extrañamiento y opresión 8empezando por la Religión). El hombre es creador, no por el espíritu, sino por el trabajo; el hombre se hace a sí mismo por medio de su trabajo. Así empezó Marx en sus escritos de juventud.
¿Cómo terminó, él y sus discípulos? Más cerca De Hobbes que de Rousseau, no digamos de los anarquistas, la U.R.S.S. busca el todo para la masa, porque “la liberación de la personalidad es imposible, en tanto no se libere la masa”. Este punto de vista debe ser siempre tenido en cuenta al valorar las instituciones y realizaciones soviéticas. En una entrevista con H. G. Wells, en 1934, Stalin justificó así la propiedad privada: “El socialismo no niega, sino que combina los intereses individuales con los de la sociedad…La sociedad socialista ofrece la única garantía sólida de la defensa de los intereses de los individuos”. Ahora bien, las expresiones “individuos” y “persona”, tienen en estas y otras declaraciones un contenido muy diverso al del liberalismo o el personalismo cristiano. No son “personas libres y creadoras”, apoyadas en valores trascendentes o en una ley clara, sinomeras partes de un todo social. (Véase Henri Chambre, El marxismo en la Unión Soviética. Madrid, 1960). La razón es más profunda: “El que no cree en Dios tiene que buscar un sentido inmanente de la existencia, bien la felicidad de la masa, o bien la formación superior del individuo”. (Marcel Reading, El ateísmo político. Madrid, 1960. p. 48). O Nietzsche, con el Superhombre, o Stalin con la masa opresora.
En ambos casos no hay esperanza para el hombre como tal. Como dice Camus, en Los Justos: “se comienza por querer la justicia y se acaba organizando una policía”.

EL HUMANISMO POLÍTICO DEL JUSTICIALISMO

Frente a un mundo contemporáneo de difíciles raíces negativas y de grandiosas horizontes promotores, es menester trazar una sucinta comprobación de nuestra idea fundante, para afirmar la Nación como un destino que se clarifica, el Estado como una conciencia histórica que permite la articulación entre Patria eterna y el quehacer político y cotidiano impostergable. Es preciso partir en este tema de la expresión Humanismo político para comprender el alcance de esta problemática. Al decir humanismo político entendemos un conjunto de premisas, una filosofía del hombre, una concepción de su destino, de su tarea, de su existencia. El carácter constructivo del humanismo radica en unir todos los momentos históricos, por una parte, y en intentar una fundamentación del mismo hombre, apoyada en instancias trascendentes siempre valederas. En la coordenada vertical, todo humanismo auténtico implica subrayar un reclamo las fuentes históricas, el despliegue de sus consecuencias más importantes y la ejecución de una labor que se diferencia por matices incuestionables, pero que respetan siempre esa línea de creatividad.
Modernamente todas las tendencias pretenden ser un humanismo porque con mayor o menor intensidad intentar proyectar un modelo de hombre, que signifique una victoria, una superación, una complementación. Y así se habla incluso de “humanismo marxista” capaz, según sus voceros, de plantear en forma definitiva el significado de la historia, la ubicación del hombre en ella y más particularmente del hombre actual sacudido por tensiones innúmeras. EL JUSTICIALISMO ES, en este sentido, UN HUMANISMO, QUE PROPONE SUS PROPIAS FUENTES, SUS PROPIAS CONNOTACIONES y SUS PROPIAS CONCLUSIONES. No es, pues, un anti-nada, aunque de sus premisas doctrinales se desprende una posición claramente contrapuesta a ciertas posiciones actuales; pero al mismo tiempo en esas premisas se intenta recuperar una totalidad del hombre, una diafanidad del hombre y una proyección concreta del mismo en la situación americana. Desde este punto de vista, EL JUSTICIALISMO ES CONNATURALMENTE ANTI-MARXISTA.
De esas significaciones derivan otras consecuencias importantes no sólo desde el punto de vista doctrinal, sino sobre todo desde el punto de vista práctico. El humanismo político no se restringe al acto de inteligencia cultural o política, a la capacidad de comprender el pasado o el presente. En un cierto sentido, tal como lo entiende Pericles en un texto famoso, resume la totalidad del hombre en la construcción del Estado, lo que sería la obra de arte por excelencia. Si enseñar, curar, estudiar, comerciar, etc., manifiestan funciones del misterioso trasfondo de la natura humana, gobernar a los hombres sería el más sublime motivo del humanismo, la más perfecta obra de arte, pero también la más terrible tarea propuesta a los mismos hombres. Pues el arte de gobernar es el arte de hacerlos más hombres, o sea más justos; el arte de persuadirlos, o sea hacerlos más dóciles al bien común; el arte de protegerlos, consolarlos y estimularlos, o sea hacerlos más activos y más pacíficos al mismo tiempo.
El Justicialismo, como un árbol cuya sombra protege a cualquier caminante, hunde sus raíces en estos densos estratos del humanismo grecorromano; pero sus ramas y sus frondas, lúcidas y sencillas, están al alcance de cualquiera, como corresponde a la tarea de gobernar, persuadir e ilustrar a todo el pueblo argentino. Esta sencillez es hermana de su vasta profundidad; por ello, surge aquí un alertado sentido político, que extraña a los observadores extranjeros, no siempre justos con la noble condición del argentino. Pero es nuestro deber profundizar tales raíces, hacerlas ostensibles, repensarlas y precisarlas, sobre todo en las instancias de este presente contradictorio en que está comprometido el destino de la patria y por ende la existencia de la Nación.
En una palabra, EL JUSTICIALISMO ES UN HUMANISMO, EN CUANTO PARTE O SUPONE UNA FILOSOFÍA DEL HOMBRE, UNA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA; Y ES UN HUMANISMO POLÍTICO, EN CUANTO PRETENDE AFIRMAR LAS PREMISAS QUE CONFIGURAN LA EXISTENCIA DEL ESTADO, LAS CARACTERÍSTICAS DE LA VIDA POLÍTICAS COMO UN ACTO CREADOR, LAS CONDICIONES DE UN GOBIERNO QUE SIGNIFIQUE LA JUSTICIA (ESENCIA DEL JUSTICIALISMO), EL ORDEN, LA PAZ, EL TRABAJO, LA PIEDAD, etc. Pero como humanismo se confronta, se contrapone y dirime con otras regimentaciones que también se consideran humanistas, y que pretenden asimismo derivar consecuencias políticas, que debemos establecer, criticar y rechazar. Nos referirnos en particular a las formas del liberalismo, del marxismo y del desarrollismo. De esa referencia se deducirá al mismo tiempo la característica positiva del Justicialismo y las consecuencias políticas de sus premisas.
Deduzcamos ahora las notas positivas de este humanismo.

Es un humanismo cristiano, lo que quiere decir que excluye toda pretensión de ateísmo, que reclama un fundamento trascendente a los hombres y que afirma el carácter de ágape en las obras del hombre. Pues el Cristianismo trajo una profunda renovación y perfección: el amor y la justicia entre los hombres es no sólo resultado de los hombres, sino presencia activa de la divinidad en el mundo. Desde este punto de vista, el Evangelio, sin interferir en las estructuras políticas, confirma los valores de la patria terrenal, hic et nunc, en la medida que afirma la patria del celeste, del cielo.
Es un humanismo en que ciudadano y populus se armonizan en la Nación y el Estado. Para ello se requiere la articulación de tradición e innovación.
Es un humanismo que procura el equilibrio entre justicia y libertad.
Es un humanismo que integra autoridad, justicia y libertad y que en consecuencia, favorece las virtudes creadoras de los hombres, pero los ciuda de una voluntad de dominio.
Es un humanismo del trabajo en tanto construye la existencia profunda del hombre, la liga solidariamente a una sociedad abierta que permite consolidar los bienes de la Nación. El humanismo del trabajo es fundamental en la doctrina justicialista, que sería gravemente distorsionada y alterada si renuncia a tales requisitos.

Plantear entonces el contenido positivo de un humanismo cristiano que a nivel político implica que el Estado y el hombre representan la más alta norma de instauración espiritual y creadora, en el marco de una justicia que hace más libre, de una libertad que hace más justos. Sin esta armonía pues, los caracteres de una revolución cultural que solapadamente quiere instrumentar al peronismo podrían establecer una nefasta confusión y además podrían destruirse los valores eminentes del hombre argentino, relegarse las pautas de soberanía e independencia y abatir la construcción de una justicia social que siendo requisito del Estado es al mismo tiempo fundamento de un hombre más apto, más justo y más noble.

Consulta de la obra de: LUIS SANCHEZ AGESTA, MANUEL FRAGA IRIBARNE, CARLOS ALBERTO DISANDRO.

Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero
nº 83 Cordubensis
26 de septiembre de Penthecostés de Año del Señor de 2008, en la Fiesta San Cosme y San Damián, Sopla el Pampero.
¡VIVA LA PATRIA!.

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1 comentario:

MM dijo...

Excelente trabajo (me lo bajo para imprimirlo y tenerlo).

Saludos!