miércoles, mayo 27, 2009

Martiniano Chilavert: morir por la dignidad


Lamentablemente nuestra historia se caracterizó por el olvido de sus héroes, particularmente aquellos nacionalistas que defendieron la integridad de la Nación frente a enemigos foráneos. Muchos de ellos no sólo fueron olvidados, sino también perseguidos hasta la muerte en las mazmorras o el martirio, tal y como está sucediendo en la actualidad con los militares y los integrantes de las fuerzas subordinadas que lucharon en el terreno la guerra contra la subversión obteniendo la victoria por las armas, para luego ser perseguidos como perros por los derrotados de antaño, hoy en el poder.

Por Carlos Marcelo Shäferstein

Esta es la primera de una serie de episodios de la Historia Militar Argentina, que no tiene otro objetivo que recordar a aquellos héroes olvidados del pasado. Puesto que nunca fue tan cierta la frase más célebre de Jorge Santayana, publicada en su libro “La razón en el sentido común”, que nos dice literalmente: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”.
Martiniano Chilavert: Una vida ejemplar y una muerte honorable
Siendo hijo del Capitán Francisco Chilavert un Oficial de las milicias, Martiniano Chilavert nació en Buenos Aires el 16 de octubre de 1798, pero gran parte de su infancia y adolescencia transcurrieron en España donde se destacó por sus estudios matemáticos, que más tarde lo llevarían a graduarse como ingeniero.
Regresó al Río de la Plata con su padre en 1812, en la misma fragata Canning siendo compañero de travesía, en aquella oportunidad, de toda la futura primera plana mayor de la cúpula militar que tendría a su cargo la tarea emancipadora de nuestro país. Nos referimos a José de San Martín; Carlos María de Alvear; Matías Zapiola y otros bravos conocidos de la mencionada epopeya.
De inmediato a su desembarco, Chilavert ingresó al Regimiento de Granaderos de Infantería, obteniendo el grado de alférez de artillería. Siguió la carrera de Alvear en 1820, uniéndose a la invasión de Buenos Aires por Estanislao López, y luchando en Cañada de la Cruz y en la primera batalla de Pavón. Terminó exiliado en Montevideo, de donde regresó en 1821 y pidió licencia al ejército, para completar sus estudios de ingeniería, siendo ayudante de cátedra de Felipe Senillosa. Como tal, se desempeñó como docente en un colegio secundario y en 1823 participó en la fundación de Bahía Blanca, diseñando su urbanidad en su condición de brillante ingeniero y precursor de la arquitectura argentina.
Cuando la Patria otra vez estuvo en peligro, Chilavert se reincorporó a las armas a finales de 1825 como Capitán de la 1a. Compañía del 1era Batería del Regimiento de Artillería Ligera en la guerra contra el Imperio del Brasil. Siendo así peleó con bravura sin par en el regimiento de infantería del Coronel Tomás de Iriarte en la campaña al sur del Brasil y brilló en la batalla de Ituzaingó, donde se derrotó al Imperio del Brasil. En dicha acción de guerra Chilavert hace gala de su coraje y condiciones técnicas que lo proyectan como un eficiente y intrépido guerrero, que le valió la recomendación de sus superiores y el ascenso al cargo de Sargento Mayor en el mismo campo de batalla. En noviembre de 1827 impidió una invasión brasileña en la desembocadura del río Salado y participó en la campaña de Fructuoso Rivera a las Misiones Orientales. En Montevideo lo sorprendió la noticia de la revolución de diciembre de 1828, en la que Juan Lavalle derrocó y fusiló a Manuel Dorrego, ambos discípulos y granaderos del Grl San Martín y camaradas de Iriarte, lo que lo dejó desolado.
Al año siguiente se trasladó a Buenos Aires y fue uno de los jefes de artillería en la derrota de Puente de Márquez. Caído Lavalle, lo siguió al destierro en el Uruguay y en sus campañas en Entre Ríos. Ya para entonces era un decidido unitario, aliado de Ricardo López Jordán (padre), Justo José de Urquiza, ya que consideraba a Lavalle su jefe natural, a pesar de sus defectos.
Desde 1836 fue el jefe de artillería de los distintos ejércitos de Fructuoso Rivera en su contienda contra Manuel Oribe, luchando en la derrota de Carpintería, acompañándolo en su exilio en el Brasil y, otra vez apoyando militarmente al General Lavalle, en la victoria de Palmar. Prestó también algunos servicios diplomáticos frente a los representantes franceses y brasileños.
Aunque estaba alarmado por la dependencia en que se ponían los aliados respecto a Francia, siguió a Lavalle en su invasión a Entre Ríos en julio de 1839, como jefe de estado mayor y de la artillería.
Pero Lavalle tuvo muchas discusiones con Chilavert, y terminó acusándolo de indisciplina. En efecto, acompañó a Lavalle, en la invasión a la isla Martín García, quien lo designa jefe de Estado Mayor como reconocimiento de sus excelsas virtudes militares. Pero esta amistad y camaradería se quebrará por imperio de las insidias propaladas por otros miembros del propio estado mayor de Lavalle y sobretodo porque Chilavert está en desacuerdo con la desastrosa conducción de Lavalle del ejército invasor al que éste denomina pomposamente “Legión Libertadora”. Chilavert propuso atacar directamente Buenos Aires, pero Lavalle desatendió el asesoramiento y deambuló por la provincia bonaerense y santafesina sin recibir apoyo alguno y marchando rumbo a los desastres de “Quebracho Herrado” y “Famaillá”, donde finalmente terminó su azarosa vida.
Pero antes de ese desenlace, y conociendo el temperamento intempestivo de “el sable sin cabeza”, Martiniano Chilavert abandonó a Lavalle para unirse al ejército de Rivera, con el que invadió Entre Ríos en 1841. El 6 de diciembre de 1842, Chilavert comanda la artillería prodigándose y combatiendo con valor que lo caracterizaba, pero el bravo ejército federal obtiene una trascendental victoria en donde Chilavert cae prisionero junto con el parque, bagajes y caballada. En esa acción Rivera huye cobardemente, arrojando su chaqueta bordada, su espada y sus pistolas, para no ser reconocido, después de la derrota de batalla de Arroyo Grande (1842).
El Coronel Chilavert participó en Montevideo en la reunión de la noche del 3 de febrero de 1843, en la que Rivera dijo que él salía a campaña y que necesitaba elegir un jefe para la defensa de Montevideo pero que no fuera José María Paz al que consideraba un inepto. Allí propuso, también, la erección de un estado entre los ríos Paraná y Uruguay, cuestión que ya había sido conversada con el ministro brasileño Sinimbú. En ese momento Chilavert encaró a Rivera y le espetó: “hace tiempo que veo que la guerra que Ud. hace no es a Rosas sino a la República Argentina, ya que su lucha es una cadena de coaliciones con el extranjero. De resultas de ello Argentina ha sido ultrajada en su soberanía, favoreciendo esto a Rosas ya que la opinión pública ve amenazada la Patria”.
“Si es cierto que algunos argentinos notables trabajan el proyecto de segregar dos provincias argentinas para debilitar el poder de Rosas, o para lo que fuese, la lengua humana, el sentimiento y la prosperidad, los llamaba, y cien veces los llamaría, notables traidores a la Patria.”
Que en cuanto a él, “protestaba desde el fondo de su alma contra semejante proyecto, viniese de donde viniese; y que las armas que la patria le dio en los albores de la independencia no se empañarían al lado de tan notables traiciones, porque él iría a ofrecérselas a Rosas o a cualquiera que representase en la República Argentina la causa de la integridad nacional.”
Quedaron todos pasmados sólo el pérfido Rivera atinó argumentar que “eran cosas de la política!”…
De todas maneras Paz se hizo cargo de la defensa de Montevideo, pero Chilavert fue dejado de lado, momentáneamente, por su perfil crítico, más la insistencia de Paz prevaleció y se lo designó jefe de la artillería de la izquierda de la línea.
Pero chocaba constantemente con los jefes de la plaza, especialmente, con el general Pacheco y Obes, cuyas medidas de guerra comentaba y censuraba públicamente, su presencia llegó a ser incómoda y difícil y hasta se le atribuyeron propósitos contrarios a la causa; se le puso bajo arresto, pero a los pocos días logró fugarse de la plaza, emigrando al Brasil, de donde expresó su protesta por la forma indigna en que había sido tratado.
Es en esta última etapa de su exilio, que Chilavert se enteró del combate de la Vuelta de Obligado, en la cual la Confederación Argentina se impuso ante una flota coligada franco británica que atacó el territorio argentino).
Así fue que, aunque opositor político decidido de Juan Manuel de Rosas en abril de 1846 le ofreció humildemente sus servicios, “por ser opuesto a mis principios combatir contra mi país unido a fuerzas extranjeras, sea cual fuera la naturaleza del gobierno que lo rige”.
En mayo, escribió al general federal y oriental Manuel Oribe:
“El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.”… En esto también, Chilavert compartía las ideas de su formador y líder el general Don José de San Martín.
Chilavert privilegiaba la defensa de la Patria más allá de los intereses de facción.
El 11 de mayo del año 1846, Chilavert se dirigía desde San Lorenzo (Río Grande) al general Oribe, pidiendo el honor de servir a su patria, en los términos siguientes:
“En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá: traidor! traidor! Traidor!”
“Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido al que servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y de la Francia se realizó en los negocios del Plata… Me impuse de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores, y del modo inicuo como se había tomado su escuadra. Ví también propagadas doctrinas a las que deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su nacionalidad se establece como principio. El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.”
“Todos los recuerdos de nuestra inmortal revolución, en que fui formado, se agolpan. Si, es mi patria… anunciándose al mundo por esta verdad: existo por mi propia fuerza. Irritada ahora por injustas ofensas acredita que podrá quizás ser vencida, pero que dejará por trofeos una tumba, flotando en un océano de sangre y alumbrada por las llamas de sus Lares incendiados.”
Al recibir su despacho de Coronel de Artillería de la Confederación, expresó:
“Lo felicito por su heroica resolución, y oro por la conservación del gobierno que tan dignamente la representa, y para que lo colme del espíritu de sabiduría. Al ofrecer al gobierno de mi país mis débiles servicios por la benévola mediación de V.E., nada me reservo. Lo único que pido es que se me conceda el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado.”
A comienzos de 1847 regresó a Buenos Aires y se dedicó a reorganizar el cuerpo de artillería. Por supuesto, los unitarios lo llamarían traidor. En cartas a Juan Bautista Alberdi y otros prohombres de la oposición, se defendió con energía; pero no pudo convencerlos de seguirlo.
En 1851 tenía el comando del Regimiento de artillería ligera. En octubre de ese año, con muchos otros jefes, reiteró su adhesión al Gobierno, amenazado por el pronunciamiento de Urquiza.
Organizado el ejército federal por Ángel Pacheco, Chilavert tomó el mando en jefe de la artillería. Integró la famosa junta de guerra que reunió a los jefes federales la noche anterior a Caseros en donde reclamó la batalla contra el invasor, diciendo, que él no sabría dónde ocultar su espada si había de envainarla sin combatir con el enemigo que estaba enfrente y que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante, porque así era cien veces gloriosa para él la muerte al pie de sus cañones combatiendo.
Cuando Rosas se enteró de lo que había acaecido en aquella junta de guerra, le tendió la mano al bravo coronel y le dijo:
“Coronel Chilavert, es Ud. un patriota; esta batalla será decisiva para todos. Urquiza, yo, o cualquier otro que prevalezca, deberá trabajar inmediatamente la Constitución Nacional sobre las bases existentes. Nuestro verdadero enemigo es Brasil, porque es un imperio.”
Chilavert propuso un plan de batalla, pero fue desoído. Ubicó su artillería en el palomar de Caseros donde emplazó treinta cañones que apuntaban directamente a las fuerzas brasileñas a las que le provocó numerosas bajas (Tanto es así, que el nombre de la batalla fue designado para homenajear a los invasores brasileños, ya que los jefes de ambos ejércitos -Rosas y Urquiza- se enfrentaron en Morón, así debió llamarse esa batalla).
En el conflicto que enfrentó a Rosas con Justo José de Urquiza y el Imperio del Brasil, dirigió todas las fuerzas de artillería de la Confederación en la batalla de Caseros. Adolfo Saldías así relata este hecho épico [Adolfo Saldías “Historia de la Confederación Argentina”'. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1973, T. III p.345 y ss.] “Haciendo fuego contra el grueso de las tropas invasoras brasileñas hasta agotar la munición. La última resistencia fue la de la artillería de Chilavert y la infantería de Díaz (también de origen unitario).Como se le terminaron las piezas, mandó recoger los proyectiles del enemigo que estaban desparramados alrededor suyo y disparó con éstos. Y cuando no hubo nada más que disparar, finalmente la infantería brasileña pudo avanzar… y así terminó la batalla.”
Con tan sólo 300 artilleros soportó por todo el tiempo que duró la arremetida de casi 12.000 brasileños, hasta que la impresionante superioridad numérica y el agotamiento de las municiones rindieron al bravo coronel.

Habiendo tenido ocasión de escapar, permaneció sin embargo fumando tranquilamente al pie del último cañón, que él mismo disparó. Al ser tomado prisionero por el capitán de infantería José María Alaman, éste le tomó de la rienda el caballo que aquél montaba, Chilavert le apuntó con su pistola y le dijo: “Si me toca , señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues yo lo que busco es un oficial superior a quien entregar mis armas”.
Poco después llegó el coronel Cayetano Virasoro, entonces al verlo de poncho de vicuña, Chilavert le expresó: “Señor comandante o coronel, me tiene Ud. a su disposición, previniéndole que sufro de hemorroides y antes de quitarme el caballo, hágame pegar cuatro tiros porque no puedo caminar.” No obstante esto, y contra la voluntad de Virasoro, Chilavert por expresa orden de Urquiza debió hacer una parte del trayecto a pie.
Desde el campo de Caseros fue conducido a Palermo, donde Urquiza había instalado su cuartel general, allí fue reconvenido por Urquiza por su “defección” del bando unitario, a lo que Chilavert respondió “Mil veces lo volvería a hacer”, lo que desató la ira de Urquiza que le espetó “vaya nomás…” y ordenó que se le pegaran cuatro tiros por la espalda, ejecución infamante que a modo de castigo se le propinaba a los cobardes y a los traidores.
El sargento mayor Modesto Rolón afirmó: “Recuerdo que el hombre iba con toda tranquilidad, pues lo llevaba a mi lado. Al llegar al paraje designado, le comuniqué la tremenda orden que portaba. Está bien, me contestó, permítame señor oficial, reconciliarme con Dios -y dio unos cuantos pasos rezando en voz baja- hasta que pasados algunos segundos dijo: estoy pronto, señor oficial, sacó su reloj y pidió lo entregasen a su hijo; se quitó asimismo su pequeño tirador y arrojándolo al suelo, manifestó que había en él algunos cigarros y un poco de dinero. También regaló a los soldados su poncho y sombrero, pidiéndoles no le destrozaran la cabeza.”
Llevado al paredón y cuando un oficial quiso ponerlo de espaldas para cumplir las órdenes de Urquiza, lo rechazó de un violento bofetón y luego mirando fijamente al pelotón les gritó: “tirad, tirad aquí, que así mueren los hombres como yo!”.
El pelotón bajo sus armas. El oficial los contuvo. Sonó un tiro y Chilavert tambaleó y su rostro se cubrió de sangre, pero manteniéndose de pie les repitió a los gritos: “tirad, tirad al pecho!”. El oficial y sus soldados quisieron asegurar a la víctima y se produjo una lucha salvaje, espantosa: las bayonetas, las culatas y la espada fueron los instrumentos de martirio que finalmente vencieron a aquel león. Envuelto en su sangre, con la cabeza partida de un hachazo y todo su cuerpo convulsionado por la agonía, hizo aún ademán de llevarse la mano al pecho.
Esto sucedió el 4 de febrero de 1852, al otro día de la batalla de Caseros y desmentían groseramente la frase de “Ni vencedores ni vencidos” que tan mendazmente había proclamado Urquiza, quien no ahorró sangre de los vencidos y vayan como ejemplo los ahorcados de la división de Aquino; (Esta división estaba compuesta de más de 800 hombres que pertenecían al ejército federal de Manuel Oribe y que al ser derrotado éste, fueron incorporados por Urquiza, de manera forzada al llamado “Ejército Grande”. Los levados al arribar a suelo argentino se sublevaron dando muerte al cnel. Pedro León Aquino, que los comandaba por imposición de Urquiza, y fueron a Luján a reunirse con sus camaradas federales.
En un triste parangón con lo que ahora está sucediendo con los militares que combatieron al enemigo terrorista, luego de Caseros estos hombres fueron cazados cruelmente, ahorcados y colgados de los árboles de los bosques de Palermo donde sus cadáveres pendían como escarmiento y pintando un paisaje de horror en San Benito de Palermo, donde Urquiza sentó residencia gubernamental en la propiedad de su vencido y como una manera de exhibir su poder. El degüello de Martín Santa Coloma, el fusilamiento, ante la vista de su pequeño hijo del vivandero sirio-libanés Leandro Alem (el padre del fundador de la Unión Cívica Radical, inocente testigo de aquella infamia), y la de tantos otros son más ejemplo de lo que padecieron la furia de los vencedores de Monte Caseros.
«Tras la batalla de Caseros Se ejecutaban todos los días de a diez, de a veinte y más hombres juntos. Los cuerpos de la victimas quedaban insepultos, cuando no eran colgados en algunos de los árboles de la alameda que conduce a Palermo. Las gentes del pueblo que venían al cuartel general se veían a cada paso obligadas a cerrar los ojos para evitar la contemplación de los cadáveres desnudos y sangrientos que por todos lados se ofrecían a sus miradas; y la impresión de horror que experimentaban a la vista de tan repugnante espectáculo trocaba en tristes las halagüeñas esperanzas que el triunfo de las armas aliadas hacía nacer. Hablaba una mañana una persona que había venido a la ciudad a visitarme, cuando empezaron a sentirse muchas descargas sucesivas. La persona que me hablaba, sospechando la verdad del caso me preguntó “¿Que fuego es ese?” “Debe ser ejercicio”, respondí yo sencillamente, que tal me había parecido; pero una persona que sobrevino en ese instante y que oyó mis últimas palabras, “Que ejercicio, ni que broma – dijo – si es que están fusilando gente”» (Memorias inéditas del general Cesar Díaz; Página 307. cit. por A. Saldias Tomo III Página 357) Nótese que esta salvajada de Urquiza es relatada por un general de su propio ejercito, lo que libra al testimonio de toda sospecha de falsedad.
Chilavert fue fusilado por un pelotón del batallón mandado por el coronel Cayetano Virasoro. El anciano Francisco Castellote y su hijo Pedro, padre y hermano políticos de Chilavert, fueron a implorar a Urquiza la vida del sentenciado a muerte, pero Urquiza fue insensible al dolor, inclusive le negó cristiana sepultura exponiendo sus restos a la descomposición de su carne, sólo después de unos días les entregó el cadáver destrozado del heroico artillero.
Martiniano Chilavert fue un paradigma de héroe porque a su coraje personal (indispensable en esos tiempos) unió un talento y una preparación profesional y científica que lo convirtió en un artillero de excepción en una época en que no abundaban quienes se dedicaran a menesteres tan complejos. Sin embargo, la historia “oficial” o liberal, como quiera llamarse, puso en práctica su remanido y deleznable método de borrar de sus anales la memoria del héroe ya que para ellos Chilavert “sacó los pies del plato”… y todo porque tuvo la dignidad suficiente para no actuar como un traidor a su Patria.
Actualmente sus restos descansan en el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, en una bóveda de la familia del coronel Argüello.
En 1975 el gobierno constitucional honró al Grupo de Artillería Blindado 1 con la imposición del nombre histórico de “Coronel Martiniano Chilavert”. No estoy seguro si todavía lo conserva…
Al Teniente General Juan Pistarini, fallecido también en el tortuoso cautiverio del rencor desenfrenado y bestial, también le sacaron su jerarquía militar cuando denominaron al aeropuerto que tan detalladamente construyó “Ministro Pistarini”… como si el dudoso mérito político de ser ministro superara la hidalguía de haber llegado a ser un General con mayúsculas. Contaré su historia en la próxima.
En fin… Hoy, a más de ciento cincuenta y seis años de la tragedia, en pleno Siglo XXI, tenemos cientos de secuestrados septuagenarios y aún más, muriendo de a puñados, maltratados hasta el extremo de la indignidad en cárceles infectas, por el mero hecho de haber defendido a la Patria, en virtud de la cruel e inexplicable venganza, que nada tiene de “justicia”.
Por eso imploramos en nuestras plegarias, aunque resulte difícil de evitar, que no vuelva la guerra civil entre los argentinos: “Cuando olvidas lo que fuiste, repites lo que te hicieron”.
Fuentes consultadas:
Palacio, Ernesto “Historia de la Argentina”. Buenos Aires: Abeledo Perrot, 1986.
López Mato, O. “Caseros, las vísperas del fin – Pasión y muerte del coronel Martiniano Chilavert”. Buenos Aires: Olmo Ediciones, 2006.ISBN: 9879515048.
Se trata de una biografía novelada, pero basada en profusa documentación.
Uzal, Francisco Hipólito “El Fusilado de Caseros (La gloria trágica de Martiniano Chilavert)” Ediciones La Bastilla, Buenos Aires 1974.
Pachá, Carlos: Artículo publicado en “Fundación Historia y Patria”
Saldías, Adolfo “Historia de la Confederación Argentina”’. Buenos Aires: Eudeba, 1973, T. III p.345 y ss

Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires

Editó Gabriel Pautasso
gabrielsppautasso@yahoo.com.ar
DIARIO PAMPERO Cordubensis

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