miércoles, noviembre 05, 2008

Los frutos de 25 años de democracia


Por el Dr. Carlos J. Rodríguez Mansilla

Lo importante es festejar
La Argentina se ha convertido en un país donde lo importante es festejar. Se festeja cualquier cosa y en cualquier momento. Hay motivo de festejo si se “casa” un travesti, si Maradona es DT de la Selección, si el gobierno se incauta de los fondos de los aportantes a las AFJP. Se festejan hasta los empates en los partidos de fútbol.
Esa manía escapista del festejo, es una muestra de todo lo superficial y frívolo que campea entre los argentinos. Ya se habla de los festejos del Bicentenario del 25 de Mayo que se harán en el 2010. Y, por supuesto, se festejaron los 25 años de democracia. Mientras ocurría el festejo, sus camaradas y familiares enterraban al Cabo de Gendarmería Roberto Centeno, asesinado en “Fuerte Apache”.
Esto, y otros síntomas alarmantes, mueven a reflexionar sobre los frutos de estos 25 años de democracia. Y a preguntarse si hay motivos para el festejo.
¿Qué festejamos? En estos últimos 25 años el país ha retrocedido en todos los terrenos. Y esto no significa hacer un panegírico de los gobiernos de facto, sino una crítica a un cuarto de siglo plagado de males.
Estamos entre los países más corruptos del mundo, como lo indican todas las mediciones internacionales. La lista de hechos de gran corrupción es interminable. Luego vienen las corrupciones de menor cuantía. Todo depende de la jerarquía del funcionario.
Para que esta tremenda corrupción subsista, hay una vasta red de encubrimientos recíprocos. Nadie dice nada, y nadie hace nada para erradicar la corrupción. Algunos porque están tan comprometidos que no pueden hablar, otros por temor a perder sus cargos en la Justicia o la Administración Pública.

En franco retroceso
En el último cuarto de siglo, hemos tenido innumerables devaluaciones de la moneda. Sufrimos la inflación, la hiperinflación, la inflación con recesión, la inflación dibujada por el INDEC.
Millones de argentinos han quedado sin trabajo, por despidos o por cierre de sus empleadoras. Y otros tantos no tienen posibilidades de empezar a trabajar.
Nos quedamos sin petróleo, sin gas, sin carbón, sin telecomunicaciones, sin acero, sin ferrocarriles, sin fábricas de aviones, sin la fábrica de tanques, sin energía atómica, sin astilleros navales, sin flota mercante, sin talleres ferroviarios.
Nos desmantelaron el sistema de Defensa Nacional. Se levantaron cuarteles, se suspendió el servicio militar obligatorio, se cerraron las fábricas militares, se redujo la capacidad operativa de las FFAA, se impidió el equipamiento militar. Los sueldos del personal en actividad y los retiros, han quedado congelados hace 15 años.
La industria nacional ha quedado reducida a la fabricación de implementos agrícolas, desapareciendo la infraestructura industrial construida con gran esfuerzo por décadas, desde las políticas de Carlos Pellegrini.
Se ha perdido la confianza en los bancos, a partir de las privatizaciones efectuadas a favor de los amigos del poder, de la incautación de los depósitos, del “corralito” y de las quiebras de entidades bancarias, siempre impunes.
Ha crecido geométricamente la pobreza, la miseria, la desocupación, el trabajo precario, la mortandad de niños y ancianos por falta de atención médica y por hambre. El sistema de salud pública está colapsado. Pululan los mendigos y se multiplican los asentamientos y villas.
Millones de hectáreas han pasado a manos extranjeras, directamente o por intermedio de testaferros nativos, constituyendo un oligopolio terrateniente, aún en zona de fronteras, para el que no existen controles.

La gran decadencia
El nivel educativo ha descendido en forma alarmante, sumado a las frecuentes huelgas docentes y al acostumbramiento a la ignorancia generalizada de los alumnos. Esto también se refleja en el plano universitario, con la caída del nivel académico, la fuga de profesionales al exterior y la mediocridad en las promociones de egresados.
La violencia generalizada, el auge de la delincuencia, y la quiebra del principio de autoridad, han dado como resultado una inseguridad pública total. La vida y los bienes de los argentinos no valen más que una bala disparada a quemarropa por algún delincuente. Una justicia “garantista” se encarga de brindar protección a quienes violan las leyes, so pretexto de defender los derechos humanos.
Los jóvenes se debaten entre la droga, el alcohol y la pornografía mediática, sin que se les muestren paradigmas útiles a la Nación, mientras los padres claman para que se vuelva al servicio militar obligatorio.
La Iglesia y las Fuerzas Armadas, instituciones fundacionales del país, vienen sufriendo ataques permanentes, al igual que la familia tradicional, base de la sociedad.
Se han invertido los valores sociales, y así vemos alumnos que golpean a sus maestros, delincuentes que asesinan a ancianos o violan niños, y policías criminalmente “ejecutados” por malvivientes.
El Estado ha perdido el monopolio de la fuerza, ahora en manos de quienes violan la ley. La pena de muerte existe en la Argentina, y se cumple contra honrados ciudadanos. La llevan a cabo diariamente quienes delinquen, robando, secuestrando, violando y luego matando a sus víctimas.
Se han bastardeado las costumbres, propiciando el libertinaje y el permisivismo. Desde esferas oficiales se insta a legalizar el aborto, la droga y las uniones homosexuales.
Han instalado la apología de los elementos subversivos que desataron la sangrienta guerra revolucionaria en los años ’70, a la vez que se lleva al banquillo de los acusados a los soldados que los combatieron.
En materia de política exterior, la Argentina ha perdido su lugar en el mundo. Superada ampliamente por Brasil. Y hasta por Chile. Ya no lideramos en Sudamérica. Ahora mendigamos que Chávez nos auxilie con préstamos usurarios, en peores condiciones que el FMI. Ahora somos aliados del cocalero Evo Morales. No somos un país confiable. Ni serio. Ni en condiciones de defenderse. Somos un país decadente.

Los frutos amargos
En estos 25 años, los frutos de esta democracia son amargos. Hemos votado infinidad de veces. Se han gastado millones de dólares en costosas campañas electorales. Hemos aclamado a los políticos de turno, escuchando sus discursos y creyendo, tal vez, en sus promesas.
Llegaron unos y se fueron otros. A la Casa Rosada, al Congreso, a los gobiernos de provincias y a las intendencias. Nadie puede alegar que el sistema democrático no funciona. Pero los resultados de este régimen, justo es decirlo, han provocado daños irreparables al país.
No hay libertades, derechos y garantías constitucionales, si cualquier delincuente puede actuar impunemente, si los funcionarios roban, si no hay trabajo, si se premia a los piqueteros profesionales, si hay niños que mueren de hambre, si la Justicia es parcial, si los más capaces se van del país.
Sobre las ruinas de esta Argentina, que alguna vez Dios nos ayudará a reconstruir, podemos decir la frase evangélica: “Por los frutos los conoceréis”.

(Para DIARIO PAMPERO Cordubensis, 5 de noviembre de 2008, saludo al Dr RODRIGUEZ MANSILLA, UN GRAN PATRIOTA y al gesto de camaradería del Sr. ROBERTO CASTELLANO).

Editó Gabriel Pautasso

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