El general PERÓN no es un ideólogo, no es un pensador político que elabora una doctrina como consecuencia de una labor de tipo intelectualista: es un hombre de acción.
Frente al panorama del país se desprende de las ilusiones progresistas y advierte que el que el progreso que a todos admira no hace sino disfrazar una realidad nacional deplorable, que se concreta en un grueso sentido materialista de la vida, consecuencia de una economía individualista que desplaza al hombre del centro de la existencia y entrega a los más a la explotación de los menos. Advierte que la riqueza mal distribuida mantiene sectores de la población viviendo en la miseria. Intuye la verdad de que en el fondo de la historia argentina palpita un drama social no resuelto, como consecuencia del individualismo económico que, desde comienzos del siglo XIX comenzó a romper los cuadros jerárquicos de la vida nacional y dejó en el abandono a grandes masas. Siente que, aunque las cuestiones a resolver de inmediato son de orden material, es necesario elevar los valores espirituales, mediante el reforzamiento de los factores tradicionales, y, sobretodo, la vindicación de los principios esenciales de nuestro pueblo. Pero todo esto no es en para PERÓN sino saldo intelectual de una postura vitalista, es decir, surge de la acción misma y se trueca en pensamiento. Rompe, en tal sentido, con los antecedentes nacionales en cuanto sólo ofrece hombres que van del pensamiento a la acción, sin que les preocupe el origen de las ideas que van a movilizar. Y ocurre que, mientras sus antecesores han colocado en el centro de sus preocupaciones entes abstractos como el Progreso o la Humanidad, PERÓN retorna a los viejos conceptos del pensamiento político racial y coloca una cosa concreta: EL HOMBRE. Desde 1810, es la primera vez que un político argentino afirma una doctrina propia del carácter de nuestro pueblo y que se apoya en antecedentes históricos, espirituales y éticos profundamente identificados con nuestra manera de ser y sentir. Lógicamente, puesto que el hombre en el centro mismo del problema político, la sociedad no es más que un medio para que él, ente social por excelencia, alcance la plenitud d su ser. El Estado, por consiguiente deja de ser el Moloch que absorbe a la persona, para ser el medio por el cual la sociedad realiza su fin supremo, que es el BIEN COMÚN. Se dirá que para el liberalismo el Estado tampoco debe ser el Moloch que absorba al hombre, pero en realidad de la historia, como el Estado liberal no tiene otra finalidad que obtención de la riqueza, pasa por todas las etapas que a la economía contractual interesa, cediendo siempre, sobretodo al socialismo, porque por sí mismo carece de toda posición concreta. El liberalismo nunca pudo ser realizado íntegramente por pueblo alguno. Desde su nacimiento comenzó un permanente negarse a sí mismo con el pretexto de que lo importante consistía en las formas de gobierno, tesis grata al capitalismo en cuanto en esas formas el Estado liberal no considera al hombre sino al individuo; la persona humana no tiene para él ninguna significación porque vive las ilusiones del contrato y no las realidades de la vida en comunidad.
La esencia misma de la doctrina que enuncia PERÓN se basa, como hemos dicho, en las más puras concepciones de la teología hispana, y no porque su autor así se lo haya propuesto, sino porque por distintos caminos se llega siempre a Roma, si nos inspira la verdad. Es claro que el hecho de tanta trascendencia en la historia de las ideas políticas argentinas es obscurecida por las pasiones propias que desata a su alrededor todo gobierno. Prescindamos de ese factor. NO HABLAMOS de PERÓN como gobernante. No cabe hacerlo aún sin caer en errores de apreciación por apasionamiento. Consideramos solo la trascendencia del hecho de que un pueblo de nuestro origen después de haber recorrido todas las rutas del plagio, termine encontrar una doctrina que coincide de tal manera con su propia idiosincrasia histórica que da motivo a la aparición, en el escenario político del país, del pueblo. Dice DONOSO CORTÉS:”En tiempos de paz y reposo sólo aparecen en los hombres las calidades que lo constituyen diferentes; en épocas de crisis y de exaltación moral sólo aparecen en ellos lo que lo constituyen semejantes; cuando las diferencias se esconden y las semejanzas aparecen,, hay pueblo, porque no hay unidad social, sino intereses opuestos, principios rivales y ambiciones hostiles”.
De este esquema deduce la inestabilidad del elemento democrático, vencedor siempre en un momento de alarma y de peligro, y vencido siempre después en el estado de reposo. PERÓN logra, con su prédica, crear un clima de exaltación, que pone de relieve las semejanzas de los hombres y crea esa unidad que hace que, en el momento que escribimos, el pueblo exista con desaparición de los políticos liberales, para quienes la democracia no tiene que tiene que ser la unión sino la diversidad, el choque de principios, las rivalidades, o sea, el río revuelto para ganancia de los pescadores reclutados en los comités y en los grandes consorcios financieros internacionales.
Claro es que el contenido del bien común que PERÓN proclama no es el mismo que el de los teólogos, ni idénticos los medios de alcanzarlo, pues como enseñara el P. SUÁREZ, cada época y cada comunidad tiene, al respecto, su propio problema, por lo cual, con evidente sapiencia, renunciaba a señalar la mejor forma de gobierno, entendiendo que cada grupo social adoptaba la que le venía bien, sin que nadie pudiera señalar jerárquicas entre ellas. Con todo, no podían los hombres del siglo XVI concebir la democracia como expresión de las masas y, sin embargo, hoy día, es evidente, a pesar de que se trata de un creación sin sentido, en la que nadie cree sino cuando gana su partido, que no se puede pensar en soluciones que no sean de este tipo.
CARLOS MARX se burlaba del sufragio universal, diciendo que si lo aceptaba era porque para lo único que podía servir era para apresurar la crisis del capitalismo y el triunfo del socialismo, lo cual fue presentido por los liberales que siempre fueron contrarios al sistema y si cedieron a él fue por la innata debilidad doctrinaria en que viven. El papa PÍO XII comprendió el problema, señalando la oposición de los pueblos modernos a cualquier, “monopolio de un poder dictatorial incontrolable e intangible”, y la exigencia de un gobierno “más compatible con la dignidad y con la libertad de los ciudadanos”, lo que le condujo a afirmar que, para evitar nuevas catástrofes, era necesario “crear en el mismo pueblo garantías”, y, en tal sentido, dijo que “si el porvenir está reservado a la democracia, una parte esencial de su realización deberá corresponder a la religión”. Estas palabras no habrían sido comprendidas a mediados del siglo pasado (s. XIX), cuando la euforia liberal creía que el mundo caminaba hacia la civilización, pero la entendemos hoy, cuando advertimos que regresa de la civilización y camina hacia el despotismo. La historia demuestra que, en la misma proporción que ha ido disminuyendo la represión religiosa sobre los hombres han crecido los poderes represivos del Estado, lo que señala un hecho esencial, que PERÓN ha proclamado, y es que LA POLÍTICA NO PUEDE ACTUAR SIN CONSTITUIR UNA PARTE DE LA ÉTICA.
El movimiento que encabeza el general PERÓN es de origen popular (no populista), profundamente democrático, pero la masa – como ha dicho PÍO XII – “es enemiga capital y de su ideal de libertad y de igualdad”. No hay que confundir la unidad que forja un pueblo con su expresión política como masas. La gran cuestión que la “la doctrina peronista” habrá de resolver es la de dar a la soberanía una singular conciencia de sus deberes, responsabilidades y solidaridad, hasta forjar en el pueblo la conciencia de que las desigualdades individuales se engranan en la unidad jerárquica y que las instituciones sociales dan vida a los principios políticos, pero que existe una absoluta imposibilidad de forjar principios políticos válidos si se carece de un concepto sobre el hombre. He aquí el nudo de la cuestión política. Los intereses materiales juegan en la primera etapa, pero deben ser substituidos por los verdaderos principios políticos religiosos, los verdaderos principios sociales. PERÓN lo ha comprendido, al afirmar que el mundo del futuro será de aquellos que realicen las virtudes que Dios enseñó a los hombres. Porque toda verdad política o social es, al final de cuentas, una VERDAD TEOLÓGICA, desde que tiene que basarse en una verdad sobre el hombre, y sin Dios no hay concepción de la persona humana que tenga sentido. Sin Dios, el hombre es u ente biológico, económico, político, lo que cada pensador crea más cómodo a fin de someterlo a sus directivas; con Dios, el hombre es, ante todo, persona. Una auténtica democracia no es realizable cuando se cree al hombre dominado por la herencia, o por la economía, o por la psiquis , o por la geografía (¿ecología?), o por las fuerzas telúricas (¿new age?) o por cualquiera de los tantos descubrimientos con que con que la ciencia racionalista ha procurado demostrar que el hombre es incapaz de la libertad; una auténtica democracia es posible cuando se cree, con el cristianismo, que el hombre está dotado de libre albedrío y que cada uno es dueño de sus actos y responsable de ellos. La doctrina de PERÓN abre, por consiguiente, el camino a una auténtica democracia, que tiene que ser la entendida como tendencia social, o sea, como dice MARCEL DEMONGEOT, “el celo de dar a las clases trabajadoras hoy más que nunca oprimidas en el mundo moderno, condiciones humanas de vida, requeridas no sólo por la caridad sino ante todo por la JUSTICIA”, cuya forma política, tarde o temprano, habrá de ser entendida en el sentido aristotélico y de SANTO TOMÁS DE AQUINO, o sea, la del número templado por la virtud, no por la riqueza.
(VICENTE D. SIERRA, “Historia de las ideas políticas en la Argentina”, Ediciones Nuestra Causa, Buenos Aires, Año del Libertador General San Martín, 1950, pp. 604, 11. Perón, paginas 576 a 579).
Cátedra de la Argentinidad:
AL DOCTOR DON CARLOS IBARGUREN, patricio de Salta, dice Ricardo Alberto Paz , “Pero este modo de ser no tuvo dentro de nuestro país expresión política para su esencia. Por el contrario, las fuerzas conservadoras al asociarse a una ideología racionalista – el liberalismo – se desfiguraron y confundieron. Entonces, conservadores de tomo y lomo, como MATÍAS SÁNCHEZ SORONDO o JOSÉ MARÍA ROSA, y por configuración espiritual, como CARLOS IBARGUREN, debieron derramar su talento en los manantiales de una nueva corriente del pensamiento: el nacionalismo argentino”.
Fue, entre otras cosas, convencional nacional en la Reforma Constitucional de 1949. Carlos Ibarguren, “La historia que he vivido”, Eudeba, Buenos Aires, 1969, 487 p.
Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero Cordubensis nº 188
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